«Duendes y locos de las dunas» y fuenteovejuna
Por Carlos Esteban Deive
Rafael Villalona y Giamilka Román en «Duendes y locos de las dunas» |
Carlos Esteban Deive, antropólogo, investigador, escritor, ensayista y Premio Nacional de Literatura, es una de las personalidades culturales completa que existe en nuestro país. Ha obtenido innúmeros premios como narrador, ensayista y dramaturgo, ha sido corrector de estilo en varios medios impresos, catedrático de varias universidades y decano de por lo menos una de estas. Deive ha tenido la gentileza de escribir unos apuntes sobre la pieza teatral nuestra que ganó el Premio Nacional de Teatro del 2010, cuya ceremonia de exaltación ocurrirá mañana en el Teatro Nacional. Permítanme compartir estos impresionantes apuntes, quizás inmerecidos, de tan señero escritor.
Giovanny Cruz es un dramaturgo de tendencia eminentemente
realista que, sin embargo, ha sabido eludir la trampa del naturalismo. Lejos de
limitarse a copiar fielmente la realidad o distanciarse de la vida, deshumanizándola
para convertirla en una simple caricatura, se empeña, y con notable éxito por
cierto, en recrearla, en ofrecernos su propia visión de ella, en interpretarla
desde el ángulo en que suele situarse como creador, introduciendo en cada obra
suya ese elemento subjetivo tan necesario como indispensable a fin de librarla
de caer en el mero documento.
Inconforme con las deformaciones que caracterizan al
realismo a ultranza, fotográfico, ceñido a la pobre tarea de reproducir el
mundo y su gente, Giovanny Cruz prefiere decantarlos recurriendo al simbolismo
por síntesis, cuya expresión más acabada se encuentra en la eficacia con que
maneja la escena y los personajes que intervienen en ella.
Lo que Giovanny Cruz le interesa sobre todo es un realismo
que ponga de manifiesto las pasiones humanas, los conflictos y contradicciones
que mueven el discurrir de los hombres, para lo cual recurre a la presentación
de un clima que rebasa la esfera de lo físico o telúrico. Se trata, más bien,
de un clima sicológico, de una atmósfera preñada de sentimientos, emociones,
deseos y frustraciones, esa maraña de intrincadas y complejas intimidades que,
a menudo, desembocan en tragedia o evocan el desesperado intento de sobrevivir
en medio de un ambiente hostil en el que sólo cabe renunciar a la esperanza.
Lidia Ariza y Rafael Villalona |
Desde luego, esa atmósfera que nos entrega Giovanny Cruz no
es la del individuo visto per se, sino la del que padece el hecho irremediable
de tener que vivir entre sus semejantes. Acosado por una sociedad impiadosa que
le niega, debido a la fuerza omnímoda de un poder avasallante y casi siempre en
apariencia anónima, sus más elementales derechos. Así sucede en «Duendes y locos
de las dunas», este drama colectivo expuesto por su autor en función de un
choque de intereses percibido como primer plano o telón de fondo de la acción
que en él se desarrolla.
De primera intención, podría pensarse que estamos frente a
una obra escrita sin eufemismo ni concesiones de ninguna clase, una obra en la
que Giovanny Cruz ha querido ofrecernos el testimonio crudo, descarnado, violentamente
amargo, de unos seres atroces, alucinantes, desenfrenados e inmersos en un
primitivismo que les permite librarse de sus propios instintos. Un primitivismo
concebido de esa guisa, más o menos absoluto, terminaría, entonces,
por agobiar al espectador hasta extremos de hacerlo sentirse oprimido.
Sin embargo, a poco que nos vamos adentrando en el drama,
advertimos aliviados que sus personajes no son sujetos pasivos o movidos en
todo caso por pasiones incontrolables de sus brutales reacciones, sino pobres
diablos víctimas de una sociedad que los ha condenado a llevar una existencia
inane, al borde de la pura animalidad, sin asomo de redención. Estamos, pues,
en presencia de un problema que afecta a
un conjunto de individuos a los que se le ha escamoteado toda posibilidad de vivir dignamente, de
afirmar su condición humana, o lo que es igual, de volver a ser lo que eran
antes de producirse la hecatombe que los sumió en la desesperación, lo que
explica, y hasta justifica, la respuesta que dan a quien encarna el mal que los
agobia.
En este descenso a los infiernos, tal vez más tormentoso que
los habitados por los mismos demonios, fácil es adivinar la habilidad mostrada
por Giovanny Cruz, propia de todo dramaturgo que se precie de lúcido, para
moldear el entramado de su obra e introducir al espectador en ese hervidero de
amores, odios y desalientos que constituye el eje de la misma, haciéndolo
partícipe de él. Hervidero que también es suyo. ¿Acaso para obligar a uno a
bajar al averno no es preciso que nos lleve de la mano quien nos conduce a él?
Tengo para mi que al escribir este texto, Giovanny Cruz ha
sufrido una metamorfosis que lo ha convertido en un demonio más de los que
pueblan su universo teatral. Sólo así, empujado por «daimon», insatisfecho y
disconforme como está, puede, a mi modesto entender, obligar a los espectadores
a participar de una catarsis que, en este caso, no tiene por objeto purificar
el alma, puesto que se trata de una catarsis por el dolor nacido de la
impotencia por todos compartida, a despecho de nuestros deseo, con los agónicos
protagonistas de «Duendes y locos de las dunas».
Aún cuando la obra admite varias lecturas o, para decirlo
con más propiedad, varias interpretaciones, creo que la idea básica,
fundamental, que ha motivado a Giovanny Cruz para escribirla, es para
recordarnos una verdad incontrovertible: la de que toda opresión ejercida
contra el hombre encuentra su final en la acción liberadora realizada por el
hombre que la padece. Es, en efecto, el ofendido y humillado el único capaz de sobreponerse
a tal situación, no importa que para ello tenga que violar los principios o las
normas éticas impuestas por la moral burguesa, capitalista, que sólo a sus
ideólogos beneficia.
En una época como la actual, signada por tan ingente cúmulo
de fuertes convulsiones sociales, nada tiene de sorprendente que los
dramaturgos reasuman la tradición, iniciada por Lope de Vega en su
«Fuenteovejuna» y Cervantes en «Numancia», de un teatro que testimonia, con mayor
o menor énfasis, los conflictos de la sociedad a la que pertenece, y Giovanny Cruz es uno de esos dramaturgos. He aquí la razón de ser de «Duendes y locos de
las dunas».
Pese a que le autor se vale de unos pocos personajes, siete
en total, advertimos de entrada que nos coloca en un drama del ser humano
universal, mediante un conflicto total y desencadenante.
En la obra de Lope de Vega, «Fuenteovejuna», los personajes se rebelan contra la
opresión a la que son sometidos por el Comendador de la Orden de Calatrava. Se
vengan contra alguien a quien acusan
de haberlos sumido en la mayor de las inopias y desesperanza. «Duende y locos de
las dunas» nos recuerda, pues, a «Fuenteovejuna», los seis protagonistas de la
obra podrían contestar, si le pregunta quien mató el ingeniero Iván Villeta:
«¡Todos a una!».
Lidia Ariza, Augusto Feria, Delta Soto, Ángel Haché, Giamilka Román y Rafael Villaona |
De destacar es la pintura que Giovanny Cruz traza de sus
personajes. Guillermina, la esposa de Nicodemo, es una mujer estéril, y por
ende, insatisfecha. Su vida discurre en medio de una monotonía insoportable.
Espera ansiosa que el agua vuelva al río a sabiendas de la inutilidad de esa
espera. La vieja Nicolasa se engaña a sí misma intentando pescar algo en él río
seco. Dolores es la prostituta que ya no ejerce porque la clientela ha
desparecido del lugar en busca de mejores horizontes. Nicodemo, un ser anodino,
actúa de comparsa de Guillermina. Yogo-Yogo, quien tiempo atrás había cometido
un crimen y purgado su delito, vive retirado en el caserío para olvidarse de su
pasado. Había matado al hombre que violó a su hija. Ahí, en el caserío,
encuentra a Tamayo, quien le revela que el muerto era su padre. Creció odiando
a Yogo-Yogo y, cuando supo que este se hallaba en dicho lugar, lo siguió con
ánimo de cobrarle el asesinato.
El retorno del agua al río significa para todos ellos el
renacer de sus sueños. Coautores y cómplices de la desaparición del ingeniero Villeta, invocan a los
locos y a los duendes que simbolizan el mal, para que convoquen la lluvia que
habrá de llenar de nuevo el cause seco y devolverles la esperanza de una vida
mejor.
Giovanny Cruz se muestra en esta obra suya como un escritor
expresivamente austero que rechaza recurrir a efectos escénicos deslumbrantes y
superfluos, pero muy del gusto del público. Apela, por el contrario, a una
técnica más eficaz consistente en narrarnos la acción a través de cuadros
breves, esquemáticos, mediante los cuales va desarrollando la trama. De esa
manera, logra poner a sus personajes al servicio de su intención, de lo que
quiere decirnos, o sea, la lucha del hombre contra la sociedad, llámese esta
Gobierno o poderes fácticos. En esa lucha nadie es enteramente bueno o
perverso, honrado o disoluto, noble o envilecido. Es, en cambio, una mezcla de
todas esa virtudes y defectos. Ambivalente, rehúsa ser títere del prójimo que
lo avasalla y ejerce su libertad, sino plenamente, al menos condicionada.
«Duendes y locos
de las dunas», de Giovanny Cruz es una obra
con la que se puede estar de
acuerdo o no, pero de ningún modo nos dejará insatisfecho. Esto de por sí, es
mérito más que suficiente para agradecérsela a su autor.
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