Una mayoría aplastante de teatrerosdominicanos está disgustada con los Premios Casandra que repartenpor ahí un grupo numeroso, aunque no total, de auto designadoscronistas de artes dominicanos. Parte del grupo de los artistasteatrales disgustados se siente ofendida por los otorgantes a los que hago referencia. Otros, entre los que está el suscrito, decidióhace tiempo, como hizo también un montón de periodistas, desentendersecompletamente del referido premio. En estos momentos ni lo aceptaría. Que eso esté claro.
Realmente la actitud de losacroartianos hacia los artistas que practican una de las disciplinasllamadas aquí clásicas es insultante. Sus declaraciones y laactitud que asumen en el ceremonial de premiación no deja duda sobrelo que aquí exponemos. Definitivamente los cronistas mencionados nose sienten a gusto con nosotros. Hasta los he escuchado decir quesomos unos mal agradecidos. Algo que nunca he alcanza a comprender.Digo que esto porque quienes deben sentir agradecimiento hacia losartistas son los periodistas que cubren nuestros eventos. El Artepuede perfectamente vivir sin cronistas. Pero ¿pueden estosvivir sin lo que hacemos? Desde luego que no. Tendrían, quienestengan la capacidad, que dedicarse a escribir libros, al periodismonoticioso, a trabajar como relacionistas públicos; pero de ningúnmodo podrían reseñar teatro, canto, música, pintura y danza sincontar con nuestras producciones; porque en una sala vacía, o llenasolamente de cronistas, jamás se creará el Arte.
Aclarados estosaspectos pasemos, pues, al tema que realmente interesa.
Cuando debatimos por Internet, esamagnífica maquinaria de comunicación evita-chantaje-de-cronistas,sobre los premios Casandra, muchas y variadas fueron las opiniones. Eldisgusto, repito, era colectivo.
Sin embargo, y a pesar de la actitudde franco desprecio de la mayoría de los miembros de Acroarte (?),casi todos los nominados corrieron a recibir sus bofetadas en elTeatro Nacional. Masoquismo que no termino de entender. Empero, casitodos estuvieron contestes en que era necesario buscaralternativas valederas. En cambio, Carlos Castro me escribióincómodo por darle importancia al premio aún fuese hablando de él. Además, opuesto a todo premio.
En estos momento en que se plantea yse organiza el rescate de los Premios Talía de Plata como unaforma de amainar el irrespeto del Casandra no pocos teatreros hanfijado posición. La mayoría a favor, aparentemente.
Mario Lebrón me ha enviado una copia de un documento que ha elaborado consugerencias trascendentales sobre la mecánica y metodología ideal para un premio como el que ahora nos ocupa. Sabemos que ya unacomisión, cerrada y exclusiva, de artistas oficialesestá trabajando en los posibles reglamentos del Talía, cedidopor su dueño al Ministerio de Cultura.
Confieso que, aún con reservas, no he imputadola conformación de un premio del tipo planteado.
No obstante, enestos momentos, asumo la radical postura del colega Carlos Castro.
Como ya escribí, estuve “asilado”en Jarabacoa por algo más de una semana. En el ocio me vi obligado areflexionar sobre varios tópicos. Este asunto fue, desde luego, unode ellos.
Varias preguntas me formulé en lasfrías montañas cibaeñas:
¿Requieren los artistas ser premiadospara satisfacer sus respectivos egos? ¿No es suficiente recompensa la calidad lograda en nuestras producciones, cierto retorno económico yel premio que otorga el público cada vez que asiste a nuestrasfunciones? ¿Cuál es el real valor de un premio que otorgaría ungrupito? ¿Cómo asegurar la total imparcialidad en algo tan delicado como es el Teatro en escenarios? ¿En qué nosbeneficiaría un premio como el planificado?
Sé que ninguno de ustedes es estúpido,por lo que seguramente descubrieron ya el tono sombrío que hay enmis preguntas.
Quiero declarar, públicamente, que meopongo con toda las fuerzas interiores que me quedan a laconstitución de un premio que, como todos, siempre será sectario,innecesario, contraproducente, superfluo, injusto y divisionista.
Me permito hacer un breve comentariosobre estos último. Aunque, inexplicablemente, los actoresdominicanos no estamos agrupados formalmente, en estos momentos hayuna buena camaradería entre nosotros. Frágil, lo reconozco; perohay un sentimiento de solidaridad que se manifiesta cuando se hacenecesario. Apuesto peso a morisqueta que desde que se instaure elpremio pretendido, entre muchos se va a desatar una competencia queen nada nos beneficiará. Todo lo contrario.
Por otro lado, no somos tontos niciegos. Por ello nos damos cuenta de que nuestro Ministerio deCultura no está boyante de recursos. Eso es innegable. La situacióneconómica del país, y del resto del mundo, ha determinado unacrisis en las finanzas públicas que todos podemos notar fácilmente.Nuestra máxima institución pública de Cultura se ha visto visiblemente afectada. Los incumplimientos en compromisos de pago y el detenimiento o amainamiento de algunos proyectos evidencia lo que aseveramos.
Entonces, ¿vale la pena gastar recursos económicos y humanos eneste capricho? Pienso que no. Se que hay muchos amigos que no piensanigual que yo. Incluso, dentro del mismo Ministerio hay gente aquienes aprecio y me aprecian, que les va a preocupar estoscomentarios y la postura que ellos determinan.
Los he hecho con el mejor sentidocrítico, fraterno, ameno y con cierto nivel premonitorio. Amo el teatro más que a mi propia vida. A la que no entendería ni concebiría fuera del él. Además, aunque ame a César... siempre un poco más a Roma.
Soy jugador de ajedrez desde que teníanueve años. Por costumbre inevitable intento siempre adelantarvarias jugadas. Pero del mismo ajedrez he aprendido que cuando uno veel tablero desde fuera puede apreciar mejor el movimiento de lasfichas. Cuando vemos maestros del juego-ciencia equivocarsetontamente nos asombramos. Claro que no estábamos dentro viendo ysufriendo los obstáculos.
Visualizo hoy el problema que vendráen el futuro si persisten con el Talía. Lo digo yo... y dicen porahí que soy bastante brujo.
¡Gracias a la misericordia!
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