Freud, Moisés y los judíos.
“El pueblo judío abandonó la religión de Atón que le había dado Moisés, dedicándose a la adoración de otro dios, poco diferente de los Baalim que veneraban los pueblos vecinos. Todos los esfuerzos de las tendencias distorsionantes ulteriores no lograron ocultar esta circunstancia humillante. Mas la religión mosaica no había desaparecido sin dejar rastros, pues se mantuvo algo así como un recuerdo de ella, una tradición, quizá oscura y deformada. Y esta tradición de un pasado grandioso fue la que siguió actuando desde la penumbra, la que poco a poco fue dominando el espíritu del pueblo, y por fin llegó a transformar al dios Jahve en el dios mosaico, despertando a nueva vida la religión de Moisés, instituida muchos siglos atrás y luego abandonada.”
Abandonaron aquella vieja religión durante largos años que le había proporcionado, quizás, su verdadero génesis como Nación.
“...la religión de Moisés no habría ofrecido al pueblo algo más que un aumento de su autoestima por la conciencia de ser el elegido. Es fácil, por cierto, hallar ese otro factor. La religión también confirió a los judíos una representación divina mucho más grandiosa, o, escuetamente dicho, la representación de un dios más grandioso. Quien creyera en ese dios, participaría en cierto modo de su grandeza, podría sentirse magnificado.”
Aportes novedosos, desde luego, hizo Moisés a la religión que recreó para su pueblo. Por ejemplo:
“...la prohibición de representar a Dios por una imagen; es decir, a la obligación de venerar a un Dios que no es posible ver. Sospechamos que en este punto Moisés superó la severidad de la religión de Atón; con ello quizá sólo quisiera ser consecuente, haciendo que su Dios no tuviera nombre ni imagen, pero también podía tratarse de una nueva precaución contra las intromisiones de la magia.
En todo caso, esta prohibición tuvo que ejercer, al ser aceptada, un profundo efecto, pues significaba subordinar la percepción sensorial a una idea decididamente abstracta, un triunfo de la intelectualidad sobre la sensualidad y, estrictamente considerada, una renuncia a los instintos, con todas sus consecuencias psicológicamente ineludibles.”
Entonces se establece, producto de la religión copiada, un cambio radical y transcendente para los judíos:
“...sucedió que el orden matriarcal de la sociedad fue sustituido por el patriarcal, con lo que naturalmente sobrevino la subversión de las condiciones jurídicas imperantes hasta entonces. Aún creemos percibir el eco de esta revolución en la Orestiada, de Esquilo. Pero esta reversión de la madre hacia el padre también implica un triunfo de la intelectualidad sobre la sensualidad, es decir, un progreso cultural, pues la maternidad es demostrada por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad sólo es un supuesto construido sobre una premisa y una deducción.”
El primer resultado de la religión de Moisés entre los judíos...
Ahora, a pesar del rechazo por un largo tiempo de los judíos a la religión mosaica, esta logró resurgir:
“Hemos aceptado que la religión de Moisés fue primero rechazada y parcialmente olvidada, pero que más tarde irrumpió nuevamente en el pueblo bajo la forma de una tradición. Ahora suponemos que este proceso habría sido ya entonces la repetición de uno anterior. Cuando Moisés impartió a su pueblo la idea de un Dios único, no le traía nada nuevo, sino algo que siginificaba la reanimación de una vivencia perteneciente a los tiempos primordiales de la familia humana, una vivencia que largo tiempo atrás habíase extinguido en el recuerdo consciente de los hombres.”
Tal y como lo prometí en la entrega anterior infomo que la extensa tesis de Freud tiene importantes detractores: Uno de ellos es Andrés Ibáñez (Biblioteca Cátolica Digital): “Freud explica, primero, que durante el período que media entre el primer Moisés y el segundo, la figura del líder estaba en un estado de «latencia», y segundo, que el rotundo éxito del segundo Moisés como guía de su pueblo se debió al sentimiento de culpa colectivo que atenazaba a la comunidad judía por haber «matado al padre», es decir, al primer Moisés. Nos encontramos, así, con una de las aplicaciones más tardías y peregrinas del viejo concepto del microcosmos, ya que en estas páginas Freud parece considerar que el desarrollo de la psique de un niño es, en líneas generales, una y la misma cosa que el desarrollo de la «psique» de un pueblo o una civilización.”
Ibáñez concluye: “Llegados a este punto, cabe preguntarse el porqué de esta ingente empresa intelectual que ocupó los últimos años de Freud. «Me dicen que qué voy a ganar demostrando que Moisés era un egipcio», escribe nuestro autor, «pero no se trata de ganar nada, sino de investigar». Harold Bloom relaciona esta extraña obsesión con otra no menos peculiar, que Freud profesó hasta el final de su vida: la convicción de que Shakespeare no era el verdadero autor de las obras que se le atribuyen.”
“Al negar que Moisés era Moisés y que Shakespeare era Shakespeare, Freud no estaba haciendo otra cosa que matar al padre, dentro de un ritual que él mismo se había pasado toda su vida estudiando y describiendo meticulosamente. Resulta asombroso que no se diera cuenta.”
En El Periódico Virtual Clínica de Barcelona, Liza Dudelzak, arremete contra el libro de Freud que nos ocupa:
“Escrito en un estilo vacilante, reiterativo y poco científico este texto no condice con el estilo positivista característico de Freud. Las circunstancias políticas e históricas han marcado el devenir de esta obra controvertida. "
Hasta lo acusa de poco original:
"Si bien Freud impacta y polemiza con esta afirmación, no es un tema original suyo, y es preciso considerar las fuentes de las que Freud tomó esta idea, así como la idea del asesinato de Moisés que ocupa la segunda y tercera parte de su obra.
En 1789 Schiller, el poeta favorito de Freud, propuso en un ensayo su tesis acerca del origen egipcio de Moisés, y afirmó que fue Moisés quien inculcó el monoteísmo en el pueblo judío.
En 1888 se publica un escrito de Goethe en el que especula acerca de la posibilidad de que Moisés haya sido asesinado...”
Liza trata de invalidar a Freud, entre otras razones, porque basa su tesis en tres autores judío de su época:
“Para este propósito, Freud se basa principalmente en tres autores judíos de su época: Gressman, de quien toma la idea de que Yavhé era un Dios volcánico de los medianitas; Meyer, quien habló de la fusión de las dos estirpes, y Sellin, quien encontró en el texto bíblico del profeta Oseas una fundamentación sobre el asesinato de Moisés por el pueblo judío.”
No estoy seguro que ella leyera completamente el libro de Freud. Quizás lo tiró con rabia al piso de su casa. ¿Acaso llegó a leer el siguiente pasaje?
"De Saulo de Tarso -llamado Pablo como ciudadano romano-, en la que por vez primera surgió el reconocimiento: «Nosotros somos tan desgraciados porque hemos matado a Dios Padre.» Es plenamente comprensible que no atinara a captar esta parte de la verdad, sino bajo el disfraz delirante del alborozado mensaje: «Estamos redimidos de toda culpa desde que uno de los nuestros rindió su vida para expiar nuestros pecados.» En esta formulación, naturalmente, no se mencionaba el asesinato de Dios; pero un crimen que debía ser expiado por una muerte sacrificial, sólo podía haber sido un asesinato. Además, la conexión entre el delirio y la verdad histórica quedaba establecida por la aseveración de que la víctima propiciatoria no había sido otra sino el propio Hijo de Dios. "
Un cosa es cierta, como me escribió Iván García, Freud es un rebucero. Sobre el tema... temo tomar partido. ¡El miedo es libre!
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