sábado, 13 de agosto de 2011

Una modernidad sesgada


Una modernidad sesgada
Carlos Andújar

La modernidad una vez mencionada, nos remonta indudablemente a la fase inicial de la sociedad burguesa como paradigma conductor del proyecto social. Basado en la ciencia y la tecnología como instrumentos y la inteligencia como arma orientadora, la modernidad se propuso superar las deficiencias del antiguo modelo medieval y alcanzar logros ostensibles en el plano material, social y económico, como parte de sus propósitos iniciales ligados a la llamada Revolución Industrial de finales del siglo XVII.



Transcurridos tres siglos y comenzando el cuarto siglo, la utopía burguesa se tambalea en el logro de sus objetivos primarios y las carencias de todo tipo, limitaciones materiales, atrasos tecnológicos y científicos, marginalidad social y económica arropa las dos terceras partes del mundo, cuestionando el impacto que ha tenido el modelo sobre el conjunto de la población mundial, no necesariamente sobre las comunidades beneficiadas de tales fines, en este caso los llamados países industrializados.


El sesgo viene por el hecho poco analizado de que en sus orígenes el paradigma encerró profundas contradicciones propias al sistema o modelo político de dominación, el capitalista y este cáncer de origen habría de ser en cualquier momento, su propia negación.


Con ello no negamos los alcances y logros ni de la ciencia, como tampoco de la tecnología, pero es indudable que las desigualdades están a nuestra vista. No se trata de aceptar que modernidad como paradigma implicaba el desarrollo y progreso de algunos en detrimento de otros, no fue de eso que se habló, o de poner la ciencia y la tecnología al servicio del poder y del capital. Una utopía cuando se formula supone un proyecto colectivo, un sueño generacional que envuelve en igualdad de posibilidades, a todos sin distinción aunque entendemos las asimetrías y oportunidades que la historia encuentra a determinados grupos en relación a otros.


Precisamente es ese el nudo gordiano que cuestiona los resultados hoy de la modernidad si partimos del enunciado que como paradigma la modernidad se trazó, objetivos de alcances que una vez puesta en marcha atacaría como blanco, no en una región del mundo, ni en un país, sino en todos los rincones del planeta. ¿Qué tenemos? un mundo profundamente desigual, sectores y grupos que se han aprovechado del paradigma en detrimento de grandes contingentes poblacionales y un modelo de desarrollo injusto e inhumano.


La transferencia de tecnología a los países pobres es un mito, los organismos internacionales de regulación de la vida económica, laboral, migratorio y otros son un fiasco que responden al final a los intereses de los grupos y países poderosos, los préstamos para el ¨desarrollo¨, son verdaderos enredos que muchas veces no contribuyen mas que a enriquecer la clase política intermediaria, con pleno conocimiento de los jerarcas y tecnócratas de estos organismos, cómplices muchas veces de esta perversidad.


Pero mas grave resulta saber que son poderosos grupos económicos que juegan y disponen de la economía mundial como si fuera la suya propia, priorizando temas, sectores y áreas de la economía en un punto del mundo determinado, como las tasas de interés para facilitar los préstamos, atando las políticas de desarrollo de los países pobres a los focos de atención y acumulación capitalista de estos grandes capitales trasnacionales.


Es la modernidad hoy un fiasco porque la clase política la secuestró, convirtiéndola en parte del discurso demagógico de control de los pueblos y sedante para atenuar la incapacidad de llevar a sus sociedades por senderos transparentes, efectivos y beneficiosos de un desarrollo y progreso, no solo con rostro resultados evidentes, sino con equidad y democráticamente distributivo.


En ese carro se ha montado la teoría política de todas las ideologías encontrándose el mundo actual en una profunda encrucijada que por el momento presenta pocas opciones de salidas. Muchos se escudan en esta ausencia de alternativas para dar riendas sueltas a sus apetencias y embriaguez por el poder y la riqueza sembrando aun mayor desesperanza en los pueblos, atomizados por una especie de anomia social que estalla con furia cuando la tuerca es insensiblemente apretada por quienes conducen los procesos sociales y sus pueblos, véase los recientes acontecimientos acaecidos en el mundo árabe, Europa y otras partes del mundo.


Modernidad, cada vez que la oigo en cualquier esfera de la actividad social, me produce una ojeriza.  Es mucho lo que ha instrumentalizado el postulado, es mucho el abuso que se ha hecho de sus implicaciones. No obstante, y que valga la aclaración, ni me opongo a los cambios, muchos menos al progreso, ni tampoco al avance de la ciencia y la tecnología o los desafíos del porvenir, por el contrario, eso cumple una función en la compleja mentalidad humana de avanzar y dejar atrás su estado animal, de esa manera las inequidades son la resultantes de los contrastes sociales y su secuela de contradicciones. De algo debe servir el pensamiento crítico a la humanidad. No podemos dejar pasar las cosas sin cuestionar por qué suceden y a quién beneficia.


Una teoría social tiene la lapidaria censura de que no es un ejercicio para alimentar el ego intelectual de quienes la conciben, sino que su apropiación colectiva la transforma en revolucionaria y social, dejando atrás el o los promotores para serlo de un colectivo. Esa fuerza termodinámica hace que su enunciado irradie a mucha gente, creando una sinergia positiva siempre poniendo acento en el bienestar social, obviamente que existen teorías igualmente, que ponen acento en grupos sociales reducidos, para justificar las inequidades sociales con argumentos.


La cultura en este mundo de abstracciones racionales es un contrapeso, un contrapunto entre lo tendencialmente material y lo espiritual o sublimemente e interior de la naturaleza humana, por lo que el trabajo cultural, el esfuerzo intelectual, será siempre una necesidad en el importante equilibrio del ser.


Hablar pues de modernidad en sociedades ataviadas aun a necesidades primarias de finales del siglo XIX, es una burla a la inteligencia de los pueblos. Es cierto que el inmediatismo en que nos ata la vida cotidiana, imposibilita la sumersión en debates teóricos, sin embargo, es evidente que no es el camino para alcanzar el desarrollo y el progreso por el que nos conducen nuestros grupos dominantes. Aliados, grupos económicos, clase política y poder factico, trillamos un sendero resbaladizo en que hasta los propios esfuerzos de construir ensayos democráticos socialmente validados, se ponen en peligro.


Separar modernidad como propósito de bienestar pleno del discurso, es un favor que nos haría la clase política, en el entendido que modernidad es mas que una obra de infraestructura, es sobre todo, una pieza del rompecabezas casi siempre en la dirección de impactar en todos los agentes comprometidos para dinamizar la economía y la vida social de un país.


No es moderna una obra divorciada del conjunto del desarrollo o cuyo costo o retorno de capital, implique un sacrificio social y un contrasentido.


Tampoco es modernidad, atender obras grandilocuentes en detrimento de aquellas pertinentes en el ordenamiento y la consolidación de necesidades básicas como salud, educación, servicios, empleo, electricidad y agua potable, símbolos exterminados a finales del siglo XIX en la mayoría de las sociedades tomadas hoy como modelo de desarrollo en el mundo y blancos tradicionales de la modernidad, cuyos procesos en un momento determinado entendieron, que desarrollo y progreso pasaba primero por resolver esas urgentes prioridades de la mayoría social, y entonces continuar la marcha hacia el desarrollo pleno.-

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