viernes, 24 de diciembre de 2010

La "Obsesión..." que vio Osiris Madera

Nota: El gran novelista, poeta y médico Osiris Madera nos ha remitido un comentario crítico sobre la puesta en escena de "Obsesión en el 507", que presentamos con gran éxito durante todo el mes de noviembre en la Sala Ravelo del Teatro Nacional y la cual repondremos en febrero en el Teatro Guloya, como cientos de amigos nos han solicitado. 
Esta obra, que defitivamente consagra como grandes a Fiora Cruz y Yorlla Castillo (ellas parecen ser ya la "Nueva Historia") y confirma la profesionalidad de Mario Lebrón, quedará para siempre en nuestra historia particular como una de las obras teatrales de mayor dimensión de las que hemos puesto en escena.
Sin más preámbulo veamos el trabajo del intelectual Osiris Madera, aparecido ya en Diario Digital que conduce nuestro dilecto amigo José Tejada Gómez.

 “Obsesión en el 507” desde mi butaca

                                                                                                                       Por Osiris Madera.


Con el drama estampado bajo el nombre “Obsesión en el 507” de Giovanny Cruz, entramos a un escenario donde se transgrede la realidad.
Un lugar de alucinaciones donde la ficción brota de la hiper-realidad.
Dos jóvenes entregadas plenamente a un proyecto de vida, conscientes en su búsqueda de un espacio propio en el rígido mundo de la actuación, conocedoras del pasado del hacer donde aspiran realizarse, se juzgan y se miden con los grandes del medio expresivo que desean dominar.
Saben todo sobre actores, actrices y actuaciones.
Son ellas mismas casi imágenes de celuloide.
Figuras enfrentadas por un trasfondo de miedo.

Presienten por encima de ellas un observador mayor a quien nunca nombran, un no visible: el público futuro, el indefinido.

Ese objeto y objetivo último del hacer de todo artista y de todo arte.
El presente en cualquier parte y a quien realmente no ves, ni puedes ver porque es informe.
No es una persona. ¡Es el público!
Es el fantasma quien domina la realidad del mundo post moderno tras la individualización del hombre masa.
Aquellas dos muchachas entregadas con abnegación a perfeccionarse intuyen aquel ser total.
Y de repente lo alucinan.
Para Blanche se personaliza en un ser opaco y lejano, un fisgón escondido tras el oscuro balcón de enfrente y que a pesar de la oscuridad aparece oculto tras una gafas negras resaltando su condición de nadie, de anónimo.
Para quienes aspiran al dominio de su arte aquel observador indiscreto puede convertirse en obsesión inmanejable.
La trama lleva a lo inevitable, agredir al juez ciego y anónimo, aniquilarlo; en este caso con un disparo de escopeta.
Quizás ella no sabía que cometía un acto de auto destrucción, pues a pesar nuestro sabemos que vivimos y creamos para almas ciegas a quienes pretendemos complacer y cuyo aplauso procuramos.
Tragedia permanente del creador magistralmente plasmada en el drama por el lúcido gnomo Giovanny Cruz, como nueva evidencia de la profundidad con la cual su teatro escudriña el alma humana, confirmándose como uno de los más trascendentes dramaturgos aportado por nuestro país a la Literatura Universal.
Desde mi butaca, escurrido yo también como creador, ruego no encontrarme nunca con aquel fantasma.
Ya su nombre le alude: Homero Borges.
Homero el gran creador colectivo. El mayor de los no existidos.
¿Y Borges?
¿Fue verdad?
¿Cupo alguna vez tanto saber en un solo hombre?

¡Ya lo digo! Ruego nunca encontrarme con ese fantasma.
Ojalá nunca verlo, nunca toparme con Homero Borges.
No quiero ser el próximo en matarle.

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