Entre Maestros leí “Mirándote bailar”
Tony Raful
Ana Pavlova |
Fue una noche mágica en la casa de Tony Raful. Un grupo muy selecto de artistas fuimos convocados como testigos a la casa del poeta. Luego de los saludos, comentarios generales y copas de vino que el ritual obliga, escuchamos a Raful leer uno de sus... bueno uno de los mejores poemas que conocemos. Era como abrir la caja buena de Pandora, como encontrar el Arca verdadera, como toparse de repente con el tesoro templario (¿acaso en Montecristy?), como descubrir el dichoso manantial de las aguas eternas. Tony descorrió el velo y emergieron entonces miles de danzas... y sus misterios. Los convocados estábamos asortos y encantados... Pero dejemos que el mismo poeta Raful cuente la historia.
Alicia Alonso |
Al reiniciar las labores, el diario afán del trabajo y las demandas sociales y humanas de la vida, convoqué una noche de viento frío, a unos amigos, todos Maestros, en el sentido riguroso de sus especialidades, en la dedicación y el amor al arte, a la expresión máxima de la realización estética y creadora. Los convoqué a una lectura de un texto poético que apenas había terminado de teclear en el ordenador. Yo, que escribo versos como una gratuidad, no como un deber ni un compromiso, que no me gradué de poeta en ningún centro académico, porque la poesía es un acto de profunda fuerza telúrica y espiritual, que los griegos definieron del latín poésis, ocupación trascendente del alma, manifestación de la belleza y el sentimiento, intraducible para seres insensibles y canallas. Yo, que amo la poesía como amo la vida y a mis seres queridos, que la cuido como un fuego votivo, que la he visto desandar mundos y visitar los más alto sueños y utopías del género humano, que no concibo que el amor pueda ocurrir sin la mediación de sus versos y de sus auras, que la he visto concretar en la lengua, su maravilla de asombros rimada por los latidos del corazón, escribí un poema de largo aliento que fue dictado ante mis ojos atónitos, envuelto en un compás rítmico que llenaba de musicalidad los versos.
Isadora Duncan |
Cuando concluí sentí que había salido de un tiempo privilegiado, de una encerrona de duendes o de una cita de fulgores. Le di varias lecturas, lo leí en voz alta. Es un poema alrededor de una ballerina de ballet que danza. Es el poeta mirando a esa ballerina e insertándose en el mundo de la ballerina. Es el poeta encarrilado en el lenguaje corporal. Viviendo cada segundo que se alza y proyecta en el alto significado de las formas, la plenitud danzante del arte más hermoso. Es vivir en el poema la música y reproducirla en los versos.
Es cabalgar en el ritmo interior de la ballerina y lograr que ese ritmo quede asido a la movilidad poética de la palabra alada. Es como asistir a la creación del mundo nuevamente. No pude detener el claveteo de las imágenes que acudían en tropel, tenían vida propia, se movían a pesar de mí. ¿De dónde venían ellas? ¿Era yo, quien las aludía en un plumón de nubes, en una catarsis de metáforas? “Mirándote bailar” es un ejercicio lúdico que recrea la galante promesa del alba infinita. Llamé a mis amigos, leí el poema. Ellos que no son complacientes, que son seres realizados, que tienen un sentido de la apreciación artística que va más allá de la amistad, de los falsos reconocimientos, de la vanidad sin talento, estaban absortos, yo también. Les dije que estaba tratando de identificar al autor del texto, porque juraba que fui secuestrado en el momento del génesis, que alguien usurpó mi lugar y volcó la templada expresión lírica en el pentagrama de los versos. Surgió entonces la idea de hacer un acto de puesta en circulación de “Mirándote bailar”, con danzarinas, música de piano, escenografía puntual y exquisita. El Maestro Eduardo Villanueva sería el conductor y amo del poema.
Eduardo lo leería viviendo cada acto musical y poético. El texto en su voz. Dante Cucurulo dirigiría el piano, gravitaría con el dominio de sus notas y el universo mágico de su creatividad tras la danzarina. José Miura, cuidaría el mínimo detalle y colocaría su ingenio en el desfile rumoroso de las escenas, Onorio Montás, precisaría el lente, buscaría fijar de súbito en la imagen el movimiento de la ballerina, la poesía toda. Giovanny Cruz, el semidiós del teatro dominicano, lo dirigiría todo como productor. El espectáculo de puesta en circulación de la obra, ha sido fraguado para un gran público de amantes de la música, la danza y la poesía. Será una noche de enero o febrero, probablemente en Bellas Artes, en una espléndida sala de luces y bellezas, frente al mar y la luna llena, tomados de la mano, cantando bajo un firmamento estrellado. “Mirándote bailar” somos todos nosotros, temblando de infinito ante una ballerina que danza. Esa noche desde una butaca yo la miraré bailar y entre Maestros, alcanzaremos el éxtasis en el blancor de su atuendo y en la luz florida de la poesía.
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