Por Giovanny Cruz
Eso que llamamos “asunto apocalíptico”, empero, es legendario. Probablemente se origine con el mismo pitecántropo. La duda que tenemos de nosotros mismos como destino infatigable, como proyecto esencial, es un eco que aún resuena en las cavernas.
No pocos reflexionadores modernos plantean que la misma concepción del origen divino es parte de este comportamiento vivencial que estamos aludiendo. El origen primitivo de la cosmovisión está directamente conectada con esto que exponemos.
Luego, las religiones organizadas fomentaron esas dudas naturales y espontáneas, y las condujeron hacia tendencias apocalípticas mediante el miedo: El Ser no podría pervivir en tiempo sin el concurso divino/ La Divinidad sufre de ira y si se molesta volverá cataclismo. (Recuerden que hubo todo un diluvio.)
Son expresiones que escuchamos cotidianamente decir a los mercadólogos religiosos. Esos que históricamente fomentan el miedo a las distintas divinidades. Lo que es un contrasentido porque en este caso el amor que debemos sentir también hacia ellos sería obligado; dado que esas divinidades, en cualquier momento, podrían decretar el exterminio de la vida en el planeta.
Dos expresiones de repente vienen a mi cerebro. Una es de Borges que afirmaba que el hombre es la única criatura mortal. Todos los otros animales, decía el escritor argentino, son inmortales porque ignoran la muerte. Por supuesto que entendible es la angustia del Ser ante esta verdad insoslayable con categoría destinista.
La otra expresión que interesa es la de Galeano cuando este analiza la definición de isla: “Porción de tierra que esta a rodeado de agua.” Galeano asegura que detrás de esa definición existe una condena en suspenso. Entonces, a punto estamos los isleños de ser tragados por el mar.
Pues bien, ese mismo rol juega la Divinidad sobre toda criatura viviente del universo.
En ese contexto nos condicionan hacia el fatalismo: Este universo nuestro, y la misma vida, es miserable. La recompensa y la eternidad serán obtenidas solamente en la muerte.
Esto le ha dado un resultado formidable a las diferentes religiones y a sus oficiantes. Los simples mortales no podemos con nuestras propias vidas y sus destinos; por lo tanto desde temprano debemos consagrarnos a las divinidades para prepararnos para la otra vida. Claro que tenemos que cuidarnos en la "otra vida” de un pedacito de territorio donde hay ausencia (?) de Dios: el infierno.
Por suerte que hay un número específico de oficiantes que tienen llaves, conjuros y oraciones para comunicarnos con las divinidades. Ellos aseguran estar desde ahora cabildeándonos, para cuando llegue el inevitable cataclismo universal, un puesto de palco en el reino de los cielos.
¡Puro mercadeo!
Pero las religiones tienen, desde hace un poco más de doscientos años, seria competencia. Y las religiones no gustan de los competidores. No me refiero a los ateos como podría pensarse. ¡No! Hablamos de la Ciencia. Desde luego que los cultores de las ciencias modernas fueron perseguidos durante mucho tiempo por los oficiantes religiosos (recuerden a Copérnico y a Galileo).
No obstante, los científicos fueron abriéndose paulatinamente paso y acrecentando su abanico de influencia. Su promesa de libertad y de una vida, sino eterna, bastante parecida, les hizo ganar grandes adeptos en todo el planeta. Aunque no tanto como esperaban.
Como cabría entenderse la mercadotecnia religiosa no podía quedarse de brazos cruzados ante ese nuevo dios bio-físico-químico-mate-cuántico que surgía. La embestida fue brutal: La ciencia no sabe nada de la vida eterna/ El conocimiento no garantiza un puesto en el reino de los cielos/ La vida es corta y la muerte larga, en ella quienes mandan son los dioses/ Los científicos son unos gallitos locos que desorientan/ La única verdad, la única ciencia está ya escrita en los libros sagrados, fuera de ellos nada hay que deba ser leído.
¿Se quedó entonces la Ciencia con los brazos cruzados esperando su aniquilación? No: ¿Quieren Apocalipsis? ¡Pues tendrán Apocalipsis!
Los científicos, aupados por medios masivos de comunicación, descubrieron un día que los pronósticos de catástrofes eran buenos. Nos dan regularmente desde entonces sus singulares Apocalipsis.
Cuando vemos a un PHD en ciencia asegurar en programas especializados que la tierra está a punto (en apenas unos... ¡100 ó 200 millones años!) de desaparecer, que el sol se va a apagar, que en cualquier momento un meteorito nos va a impactar, que una vaina llamado agujero negro nos va a devorar; no nos queda otra salida que sentarnos en la playa a llorar y a esperar la segura muerte cósmica (¿o cómica?) que nos espera en cualquier momento.
Pero estratégicamente nos dan un chin de esperanza: La suerte es que el universo se curva y que hay agujeros de gusanos/ Cuando venga el cataclismo inexorable, podremos montarnos en una alfombra voladora e irnos rápidamente a vivir en otro sitio.
Desde luego que para hacerlo necesitamos pegarnos a los físicos, a los astrónomos y pedir mayor presupuesto para la Nasa.
Las religiones, otra vez, se pusieron en alerta: No es necesario una nave, ni un agujero de gusanos para llegar al cielo. Una oración, y dar el diezmo, es suficiente.
Pero los científicos, dioses en competencia, instieron en que las Nasas son las únicas salidas.
Entonces las religiones se inventaron un Apocalipsis Now: ¡El fin del mundo está cerca!/ ¡Esta vaina se jodió!/ ¡Vengan a la iglesia que la gran nave espiritual está cerca de partir!
Los medios entendieron que era una buena oportunidad para hacer plata (oro, hierro, diamante, etc.) y sacaron debajo de las mangas viejas profecías mayas, a Nostradamus, los babalaos cubanos, los brujos mexicanos, los duendes europeos y hasta los médium criollos.
Confieso que estaba asustado con el seguro Apocalipsis de este año. Imagino que mi miedo no fue tan grande porque nunca me acerqué a alguna iglesia de esas que pululan por ahí. Sin embargo, como todo escorpión que se respete, creí descubrir en mi interior dotes espectaculares de mediumnidad (brujo en el Cibao). Recogí, entonces, una hoja virgen de sábila, 21 clavos dulces, 42 pétalos de rosas rojas, 21 pétalos de copadas, tres puñitos de ajonjolí, mirra en abundancia, cinco hojas de totumo y esencia de arrasa con to. Herví todo eso en una olla de barro y llena de agua lluvia dejada amanecer frente a la luna, desparramé la mitad en un cruce de caminos, me alejé de allí sin volver la cabeza, llegué a mi casa y con la otra mitad me bañé. Luego, invoqué a mis dioses. Llegaron. Me dijeron: ¿Como estás, Gio? —le contesté. Pregunté que si ciertamente estaba llegando ya el anunciado Apocalipsis. Se rieron con sonoras carcajadas y volvieron a su espirituales dominios.
Partiendo de esta trasmutante experiencia hago un vaticinio: ¡No hay nada que vaticinar... carajo!
Pero advierto que nos darán vaticinios y Apocalipsis hasta diciembre. Y mi me tildarán de nihilista.
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