Boga que Boga
Por José del Castillo Pichardo
Mario Salazar y José del Castillo en el Boga |
José del Castillo es uno investigador e intelectual acucioso y completo dominicano. De una bonominia y honestidad legendaria. Ha escrito esta semana un artículo memorable para el Diario Libre. Ha tenido la gentileza de enviárnoslo a La Pasión Cultural para que lo publiquemos con nuestro inconfundible estilo. El artículo habla sobre la taberna, restaurante, bar y micro mundo que es el Boga-Boga (al que llamo la "oficina"). Un grupo importante de los contertulios del Boga (nosotros incluidos) son caracterizados con agudeza y buen sentido de humor por del Castillo Pichardo. ¡Brillante! Disfruten esta entrega. Yo lo he hecho en grande. Nada mejor para despedir el año.
En el Boga la vida es más sabrosa, me confesaba convencido un habitué de ese barco gastronómico que boga sin cesar entre el oleaje del paladar mandibular exigente conformado por risueños comensales.
Gózala hasta las dos (“báilala hasta las dos” dice el Songo Santana) parecería ser la consigna de tanto huérfano de cariño que busca amparo en el recinto apetitoso de Emilio y Eugenio, que espera hasta el silencio de la madrugada para cerrar su única puerta. Refugio de carnívoros ansiosos de paletillas o piernas de cordero bien horneadas y adobadas. Marinadas para extraerle sólo parte del “marisco” seboso a esta carne de Dios “que quita los pecados del mundo”. Nunca la totalidad del picor identitario (palabrita de moda entre semióticos embrolladores) que caracteriza su sudor. Como me lo observara el cirujano oncólogo Eduardo Segura, un entrañable fraterno que degusta este manjar bíblico salpicado de un generoso tinto de cuerpo, mejor si de viñedos galos.
De aquella Francia que le muerde la nostalgia a cada pase de página del libro parisino memorioso que comparte con camaradas del ciclo de estudios de postgrado, como Héctor Dotel Matos, un criminalista cojonudo con alma de poeta a quien le muerden los recuerdos del grupo Arte y Liberación. Junto a Silvano, Condesito, Tovar, Miguel, Lockward, Grace y Jeannette. Salpicados por la enjundiosa paleta opinante plena de mundos del maestro Jaime Colson y la mandragórica presencia de Aída Cartagena Portalatín, la madrina sabia fea que suplía el savoir faire surrealista de los “sorprendidos” de los 40. Con frecuentes referencias a Breton, cánticos a Césaire y a la négritude, reforzados por la llegada al gobierno de Senghor en Senegal. Cuando Sartre con la Simone de Beauvoir oficiaban desde Les Temps Modernes en pos de la eclosión libertaria y los socialismos flameaban sus desafiantes cohetes nucleares y la URSS conquistaba el espacio con el vuelo orbital de Yuri Gagarin, antecedido por los Sputnik.
Eran los días de las tertulias interminables del Café Sublime, masticando modestas tostadas untadas de mantequilla fresca para neutralizar la acidez del tinto expreso o el “medio pollo” de máquina italiana. Cacareando el reclamante Escucha Yanqui del sociólogo gringo C. Wright Mills o el mimeografiado Los fundamentos del socialismo en Cuba del legendario Blas Roca. Pertrechados con los versos militantes del nerudiano Canto General. Aguijoneados por la síncopa mulata danzarina de Nicolás Guillén soneando sones para turistas y soldados. Deslumbrados por el verbo irreverente anticlerical de León Felipe.
Coreando con un Mir repatriado, sonoro y enhiesto, su canción del ingenio, desde los raíles vaporosos borrachos de melaza. Allí donde el poeta pregona desafiante un rojo paisaje colectivo para los cañaverales. Oyendo su voz contra cantándole a Walt Whitman, “un cosmos/ un hijo de Manhattan”. Y en la membrana del sexo el aleteo machihembrado de Federico gitano cantando jondo su poesía transida de guitarra, faroles apagados y grillos encendidos. “Montado en potra de nácar/ sin bridas y sin estribos”.
Enfebrecidos por la lectura de El hombre rebelde de Camus, envalentonados por El hombre mediocre de Ingenieros, mordidos por la duda existencial de La Náusea de Sartre. Los arteliberacionistas desplegábamos el pliego anticolonial de Los Condenados de la Tierra de Frantz Fanon –el psiquiatra martiniqueño educado en Francia ligado en Argelia al Frente de Liberación Nacional- y discutíamos su prédica desalienante contenida en Piel Negra, Máscara Blanca. Un magnífico ensayo sobre la aculturación producida en las metrópolis coloniales al resocializar a la élite de piel negra y colocarle máscaras blancas para el tutelaje neocolonial. En aquellos convulsos 60 de la descolonización de África, la liberación nacional del Sudeste asiático, la cubanía rumbosa de la revolución en el papal “continente de la esperanza” (antes la Indoamérica de Haya de la Torre, más atrás el de la “raza cósmica” vasconceliana).
El Gordo Oviedo |
“Tráeme un pulpo a la gallega como entrada para compartir. Sírvemelo en la barra. Unas lascas de jamón serrano bien cortadas con un servicio de queso manchego curado y pan tostado con tope de mucho ajo. ¿Alguien quiere chorizos a la sidra o unas sardinillas a la vinagreta? Hay empanada gallega rellena de lomo de cerdo y pimentones. Bonito del norte en escabeche. Gambas a la plancha. También morcilla burgalesa. ¿O prefieren croquetas de pollo o de bacalao?” Son los amigos contertulios que van poblando la barra sobre la cual cuelgan los perniles como penitentes que curan sus carnes, que sudan lentamente sus pecados de grasa. Un sombrerito invertido retiene la lustrosa gota.
En las mesas el Gran Jabalí anima una peña con pretensiones académicas. Un cerebro bien organizado, ilustración abundante de lo actual y lo histórico. Discurso articulado, como diría, estructuralista, Efraím Castillo. El Jabalí emplea el e-mail para diseminar sus enjundiosos ensayos sobre lo humano y lo divino. Un hombre que sorprende en conocimiento diverso y buen decir. Con experiencia empresarial exitosa cuando las Nedoca inundaban el mercado y se exportaban a las islas. Su hijo sigue los pasos, sumamente inteligente, apasionado del cine. Varios se suman a sus cavilaciones hegelianas entre sorbos de tinto o apurando el viejo escocés montado a la roca o bañado de soda.
Giovanny, Carlos, Cecilia y Tony |
Y así discurre la jornada del Boga sin cierre semanal. El salpicón de mariscos muestra su encanto variopinto: trozos de langosta, camarones, trenzas de mero, pulpo fresco, cebolla, ajíes, limón, vinagre, sal. Boquerones a la vinagreta o fritos. Caldereta de mariscos. Langosta termidor. Paella de mar o de tierra coronada con guisantes y tiras de morrones multicolores, impresionante en la textura del arroz lustroso, un arte culinario que cultiva con esmero mi querido médico y hermano Anisito Vidal Dahuajre, en el descanso de su hogar hospitalario. Motivo de demanda dominical para llevar o comer en el restaurante, en verdadera peregrinación que observan Baltasar e Isidro.
Yaqui Núnez del Risco |
Es el Boga un refugio de arcángeles. Un puerto de sueños. Un buzón de nostalgias. Una nave gastronómica que flota sin cesar. En las aguas inmensas de la mar.
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