viernes, 1 de febrero de 2013

Marcio y "La dama gris"


La dama gris
por Marcio Veloz Maggiolo
A Tony Raful, quien desde hace siglos la conoce
Nota: Insisto, como muchos otros, en catalogar a Marcio Veloz Maggiolo, como el escritor mas completo de nuestro país. Es conocida mi sólida amistad con Marcio. Ahora ambos pertenecemos al vital Consejo Ministerial de Cultura. Esa circunstancia me ha dado un privilegio que no pocos aquí envidiarán: darle una "bola" hasta su casa a Marcio luego de cada reunión del Consejo. Ya pueden imaginar los pasionarios y pasionarias todos los temas que durante el trayecto tratamos entre escritores. La sapiencia de Marcio indudablemente me enriquece y su amistad me honra. Si pasamos por la calle Isabel Aguiar (filántropa y pitonisa), inmediatamente ella es tema. Si hablamos de un vendedor de mandarinas en una esquina, este podría ser un personaje de un proyecto literario. Hasta planificamos escribir juntos una pieza teatral. Nos encontramos un desvío y al salir de él Marcio me preguntó si había leído un artículo recién publicado y dedicado al poeta Tony Raful. No lo había hecho. Marcio me pide que lo haga y me asegura que por su contenido temático me va a gustar. De eso no tengo dudas. —¿Esta es tu calle, Marcio? —Pregunto a mi admirado amigo. —No. La próxima —me contesta él. —Ya sé que tu casa es la verde —comento. —Eso no es casual —me dice Marcio con una sonrisa socarrona en los labios y se despide después de hacer un comentario trivial sobre su bastón criollo. 

Llegué a mi casa y antes de comer busqué el artículo el cual reproduzco en esta La Pasión Cultural. ¡Inmenso!

Te cuento que en las búsquedas de mi adolescencia tuve un amigo de la Orden Rosacruz con el que junto a varios poetas juveniles y algunos críticos de la dictadura de Trujillo, me reunía buscando un respiro a mi desorientación. Entre pastillas sedantes como el Miltown y el Ecuanil, y lecturas añejas promotoras de la imaginación, como la Urania, de Flanmarión, fluían las creencias tropicalizadas de un país ensoñado, diferente al de la tiranía que sufríamos.
Mi orientador cósmico de entonces aseguraba pertenecer al mundo de los espíritus. Aprendí con él como se desaloja un ser del cuerpo que ha usurpado de repente buscando, desesperado, una imprevista encarnación. Los desencarnados inventan reencarnaciones impúdicas, falsificadas. Aprendí la oración con las que los seres del plano astral pueden ser desalojados de un cuerpo ocupado sin permiso alguno. El “montaje” o posesión de un espíritu sobre un cuerpo ajeno es como entrar en una propiedad privada sin permiso del propietario; supe cómo un espíritu desalojado de un cuerpo que no ha dado permiso para la posesión puede, con fuerza inaudita, lanzar por los aires a un médium porque éste no desea ponerle atención y lo rechaza. Objetos antes inermes pueden volar a tú alrededor y las cantaderas y alacenas pueden disparar sus platos y vajillas tratando de acertar tu cuerpo; se convierten en armas utilizadas en tu contra: la furia de un espíritu atrasado en su desarrollo puede violar todos los “graves” preceptos de Newton.  
Madame Blavastky
Leí varios libros de Allan Kardec sobre el manejo de los espíritus, y aprendí oraciones completas para penetrar en el mundo de los fallecidos donde había muchas categorías y divisiones comunes, de uno u otro modo, a todas las religiones desde Dante hasta hoy. Luego leería a la Besant, a la Blavatsky, a yogas como Sri Aurobindo, y la más importante blbilografía en la que la Mere aseguraba la existencia de la mentalidad y personalidad de las células,  el mentalismo de las mismas, identificadas como invariables formas de una genética repetida según el órgano al que   pertenece. Las células del hígado nunca podrán ser iguales a las del corazón ni las del corazón con su idioma de taquicardias a la de una pestaña.
Mi padre había sido un asiduo asistente a las reuniones espiritistas, y terminó siendo de los fundadores de la teosofía en el país luego de dirigir por diez años sesiones espiritistas. A veces, en nuestras tertulias, discutíamos sobre “presencias” con las que asegurábamos haber hecho contactos.
¿La dama gris?
Ella
Un buen día Ariel, entonces nuestro líder espiritual, me confesó que una “entidad”, una mujer, le visitaba en sueños y se presentaba con el nombre de La Dama Gris, la que se identificaba en forma de perfume en el parque Colon;  era un perfume raro e incapaz de ser descrito que percibía, y que aun percibo al cruzar un trecho desde la calle Isabel la Católica hasta casi la puerta norte de la catedral.
-¿Hacemos la prueba de ir juntos a un paseo? Talvez tienes las facultades necesarias para sentir el perfume de un ser maravilloso que se identifica como La Dama Gris.
Mi amigo y yo combinamos unirnos entrada la noche, y salimos a la aventura. Una aventura, si se quiere, olfativa. Cruzando desde la calle Isabel la Católica hacia la línea transversal que Ariel se había trazado, me dijo de improviso: “¿la sientes?”. Me detuve y de pronto una olorosa presencia embriagadora comenzó a girar en torno de los dos como una nebulosa hecha de perfume. No sé por qué razones pensé en La Place, el padre de la más famosa de las nebulosas. Sorprendido, y mientras  el perfume, denso al principio, se fue desliendo y desapareció convertido en música de marimbas que hilvanaron la despedida de “la dama gris”. Guardo una vieja chaqueta de aquellos años que conserva su aroma. Ariel nunca sintiÚ la musica, quizas imaginaria.
El encuentro
Un día leyendo algo de poesía encontré a La Dama Gris descrita con el mismo nombre en un soneto de la poetisa salvadoreña Claudia Lars, una de las voces más vivas y transparentes de aquel país. A pesar de las cintas de cine, obras varias con el mismo nombre, y producciones de orden pictórico, mi intuición me dijo que el actual nombre cargado de perfume venía de otra parte. La intuición es a veces una guía o “un” guía, no tiene sexo definido.
 ¿El sueño o el ensueño?
Querido amigo y novelista, todo esto viene a cuento porque hace varias noches soñé con la dama gris y el raro perfume circuló durante horas en mi biblioteca. Por eso sentí que debía escribir sobre esta aventura. De la ruta de aquel perfume hasta mi biblioteca, hoy, debe haber huellas invisibles del personaje. Una mujer poeta conocida en los predios de Centroamérica, según mi nueva intuición  “Ese perfume es también onírico, puede quedar atado a los sueños y a una camisa vieja”, me dije.
La búsqueda  
En aquella primera época busqué, durante años, el poema con la finalidad de entregarle a mi amigo Ariel el mismo. Encontrado en una revista centroamericana, no hice copia del mismo. Ahora, cuando lo recupero, Ariel, con más de 90 años, ha fallecido.
En los archivos de la poesía salvadoreña estaba ella, dueña de una presencia perennizada en fotos, recuerdos y modelos de peinado elegante. Aristocrática, La dama gris, era, sin dudas un poco la poetisa Claudia Lars. Entendía ahora que en las noches, luego de las diez, su espíritu venía a mostrar su pasión del más allá cerca de la Catedral de Santo Domingo, aunque muriera en 1974. Su capacidad de desdoblamiento ubicuo, común en seres espiritualmente superiores, se manifestaba en un rincón isleño.
El soneto
Su soneto “La dama gris”, género en el  cual era una sacerdotisa del verso perfectísimo, revela que la muerte la seguía desde antes. Era, sin dudas, amiga de su propia muerte.
Ella y su soneto circulan ahora no sólo convertidos en perfume, sino en letra una vez perdida que ahora otra vez silenciosa me acompaña. No soy músico, pero mentalmente voy creando una canción con estos versos.
Ojalá viviera Granadinos, el gran músico popular de El Salvador para proponerle hacer un vals criollo con  las letras transparentes de La Dama Gris-
La dama gris, la de las manos finas /Y ojos color de tiempo me acompaña./  En mi sed de ascensión, qué fiebre extraña./  Qué cansancio de luz en mis retinas./ Aquí, soñando al pie de la montaña/ La dama gris me envuelve en sus neblinas,/  Ayer,  un vuelo azul de golondrinas,/  Hoy, un leve temblor de telaraña/ ¿Y después?. Sólo sé que cundo el monte se ensanche más allá del horizonte/  mi sueño inútil rodará en pedazos, / y entonces muda, resignada, inerme/  igual que un niño triste que se duerme/  la dama gris me tomará en sus brazos.