sábado, 27 de octubre de 2012

El cuento dominicano y la voz del otro (M. A. Fornerín)

 Anoche me acosté temprano; pero me dormí tarde. Ocurre que algo, que no lograba identificar, me obligaba a estar alegre. El personaje principal de "Los Cuentos del Otro" dice en varias páginas de libro, que "alguien" le envía mensajes en su
 estómago cuando algo trascendente le va a ocurrir. Mi alegría de anoche era un presagio. Ocurre que esta mañana el inmenso intelectual y escritor dominicano Miguel Ángel Fornerín (catedrático de Literatura en Puerto Rico) ha publicado en la revista MEDIAISLA un fascinante comentario crítico que, todavía sonrojado, agradezco sobremanera. No escondo mi alegría. Tanta que me apresuro a compartirla de inmediato con todos ustedes.

 

 El cuento dominicano y la voz del otro, a propósito de un libro de Giovanni Cruz II


MIGUEL  ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] Con «Los cuentos del otro», Giovanny Cruz ha recuperado la voz de una otredad perdida, también el relato tradicional, popular y folklórico. Es su texto el trabajo de un sujeto dentro de la cultura-literaria.

Sobre la existencia de los cuentos orales y folklóricos, los letrados impusieron una sintaxis en la escritura que funcionó como modernidad en el cuento. Bosch ha sido nuestro puntal en la narrativa breve hispanoamericana. En el país, luego de la muerte de Trujillo el cuento se desarrolló gracias a  las nuevas generaciones que vieron en otros autores como los del Boom latinoamericano y otros anteriores al Boom  que se dieron a conocer mundialmente a través de este acontecimiento, como Jorge Luis Borges, y que fueron modelos a seguir.

El cuento de ser criollista, exótico, modernista, romántico, pasó a ser un artefacto artístico moderno. Es bueno mencionar que todo el cuento que se escribió en Santo Domingo no tuvo la impronta de Bosch. Dos casos especiales que vuelven el cuento a la ruralía son Tomas Hernández Franco con su Cibao (1951) y Ramón Lacay Polanco con el sur (1958). En los autores que no siguieron a Bosch tenemos a Sanz Lajara con El candado (1959) y Virgilio Díaz Grullón con Un día cualquiera (1958) que posee una narrativa distinta.

Quisiera sintetizar esta exposición postulando que en Santo Domingo los letrado se apropian de una forma de , de contarnos, de representarnos y de dialogar con el Otro que es parte de la actualización de la identidad y en el que media el lenguaje. Esta es  una forma de la memoria colectiva, del hacer del hombre, del recuerdo de las acciones que podrían ser significativas,  a la cual los autores le dan un giro artístico en un momento de explosión de libro, la lectura y la cultura de prensa. En consecuencia, postulo que quedó obliterada la popular de relatos. Y comenzamos a crear otros relatos “leyendas urbanas”; relatos de periodistas, asesinatos, muertes, hamponería corrupción política, quiebra bancaria… La cotidianidad se relató de otra manera. El hombre dejó de contarse  y verse en el pasado;  las historias del presente (crónicas) conforma actualmente nuestro referente cotidiano.

Ahora que leo el libro de Giovanni Cruz (Los cuentos del otro, Alfaguara, 2012) mis cavilaciones se distraen en el contar otra manera de ver esta historia de la narrativa breve. En el libro de Cruz hay un elemento sumamente literario que es su cuentística: son los cuentos del otro. De otro doble: el otro Giovanni que cuenta las historias y el otro que no aparece con voz propia en el relato. Despejo cualquier malentendido. Quiero significar que la obra juega con la otredad de Giovanni como autor de las historias. Asunto muy literario, pues el narrador ha sufrido un conveniente desdoblamiento. Esto no es nuevo en la narrativa dominicana: pasa lo mismo en Los cuentos que Nueva York no sabe de Ángel Rafael Lamarche, que son historias de Nueva York escritas por un neoyorkino y quien  se las pasa al autor del libro para su publicación. Pienso que ambos estuvieron influido por Luigi Pirandello, pues en esta obra un personaje busca a un autor para dejarle una obra como si el personaje buscará al en la obra de . No era esta obra desconocida para ambos, Lamarche se forma en un tiempo en que se leía mucha literatura italiana en el país y Cruz es director teatral y de nuestros principales .

Ahora bien, en el caso de Giovanny Cruz no funciona tanto el trabajo de la sintaxis, de la morfología del cuento. Esto se puede ver en que las historias del otro Giovanni que recuperan el pasado identitario, la memoria colectiva mediante las acciones y los personajes de otro tiempo. Cruz inicia el libro con una narración de infancia en el que el estilo de crecimiento se encuentra con un acontecimiento traumático de la memoria dominicana: la Era de Trujillo. Por demás, es interesante. Saca a flote el vivir en su fenomenología, en su hacerse que es para cada individuo distinto, aunque el entramado sea el mismo. La otra tiene entonces un sentido de recuperar las historias de los otros. Del otro tiempo a este tiempo; del tiempo vivido al tiempo narrado y se encuentran las experiencias identitarias del autor, de los personajes y de los lectores, con los cuales halla cierta empatía.

El cronotopo de estas obras  permite recuperar la otredad que hay en cada narración como expresión de la narratividad humana. Tiempo y espacio hace que el lector busque la voz de otro narrador que cuenta la historia de otros personajes y que están muy bien identificadas. Como en el relato popular, el indio queda simbolizado por el y las historias maravillosas, mientras que el negro es presentado en su religiosidad y convive con su mágico que, como lugar mítico, se encuentra en el campo, Olimpo de los dioses identitarios. Los nuevos relatos, históricos, antropológicos, nos llevan a una identidad escindida entre la vida instrumental y la vida simbólica.

En Los cuentos del otro de Giovanni Cruz esas narraciones adquieren la fuerza que les da la virtualidad y que solamente lo literario les permite. Son cuentos para otros, de otros. Y vuelven a presentarnos el narrar sin el artificio literario que la modernidad nos trajo en 1933 el libro Camino real de Juan Bosch y los narradores más cercanos al autor de La mañosa siguen su derrotero. Sin despojarse de su capa de escritor, la belleza de la escritura de Giovanny Cruz, de la amenidad de la narración, les han dado a estos cuentos una vuelta al narrar, que tiene como finalidad contarnos el pasado y decirnos cómo somos o de qué manera quisiéramos que el otro nos vea.

Los textos que componen este volumen de cuentos están divididos en dos partes fundamentales: las leyendas y las hechiceras. En la primera parte: “La princesa ciguaya”, “La ciguapa y el último ciguayo”, “El puerco del diablo” y “El tiburón bolo”, son historias identitarias que recuperan  la voz popular de una otredad que ha quedado suspendida por la escritura de los letrados que entraron en la modernidad del relato. Es interesante que este primer grupo de historias esté presidido por “El escritor desconocido” quien será el otro Giovanni que recupere la historia contada por las gentes sencillas; también lo es en el frontis de la colección el tiempo que se recobra entre la niñez, el crecimiento, la voz del padre que alterna con la voz infantil en “Un hombre en Las Calderas”. Ahí la historia define el pasado de un personaje que se identifica con el autor, pero que es a la vez quien cuenta la historia de otros personajes, el cual cuenta la historias del otro.

Ese juego de la otredad, de lo uno y lo otro es lo que hace que el pueblo, el dueño de todas las historias populares, se exprese en la obra como si estuviera rescatando la memoria, como si fuera la articulación de una simbolización obliterada por la modernidad. El crecimiento del personaje y los referentes iniciales a la dictadura, nos presenta un pasado cercano al autor, o una crónica generacional, vista desde la perspectiva del niño. Los demás cuentos como “Anaísa, compai, Anaísa” buscan encontrar un pasado mágico que el folklore pone en la misma creación popular, pero está vez mezclado entre el origen indígena y el origen africano. En “El Tiburón bolo”, para poner un ejemplo,  la voz del otro se encuentra en la tradición en un espacio de la costa. Resulta interesante que se desplace a zonas campesinas y costeñas. Pues en el campo parece el cronotopo de la cultura blanca y la india, mientas que la costa nos presenta la cultura de los pescadores negros.
Ese espacio-tiempo ya había sido trabajado por Marcio Veloz Maggiolo en “La sombra de las tilapias” y  “El destino de Tacho”; también  por   José María Sanz Lajara, en “Caridad” y  Lacay Polanco en “La diabla del mar”. Todos estos textos dentro de la tradición de la modernidad buscaron encontrar elementos antropológicos, mágicos, y la situación social de grupos de subalternos que han convertido al mar el modo de vivir. Pero platean, por demás,  cómo en el cuento de Giovanni Cruz se da una relación mágica que pudiera ser peligrosa, entre el hombre y los animales marinos.

Los negros no han sido muy pescadores y hay ensayistas que ha planteado un viejo temor de los criollos a darse al mar, motivado por la piratería. Lo cierto es que en el Caribe la referencialidad del hombre y el mar son muy escasos. Tal vez que las narraciones nos traigan ese elemento peligroso podría ser una causa de ese desfase entre el hombre y el mar. Juan Bosch trabajó el tema magistralmente en “Hacia el puerto de origen” y Jorge Onelio Cardoso en “El caballito de coral”.  En la cuentística clásica de Puerto Rico el tema es escaso, por no decir que está ausente, aunque debemos hablar de un cuento extraordinario de René Marqués como el titulado “En la popa hay un cuerpo reclinado” que es una obra que guarda poca relación con el trabajo mítico, social, de los negros pescadores como lo tienen los cuentos citados de Sanz Lajara y de Lacay Polanco, que se centran en la costa sur del país. El cuento de Giovanni se ubica en Matanzas, cercano a  San Francisco de Macorís, Nagua y Samaná, precisamente el espacio de El montero de Pedro Francisco Bonó.

Hasta aquí he tratado de presentar el trabajo cuentístico de este libro del actor y dramaturgo Giovanny Cruz, dentro de una recuperación de la otredad, la voz que la modernidad dejó atrás en busca de una nueva manera de contar las historias propias de la revolución de los impresos y de la vida urbana. Quiero agregar que cuando los lectores lean este libro y a reconfigure las acciones y las coloquen en un contexto social y cultural, notarán, a de más de que es un libro bien escrito, que sobresale por  la expresión verbal y la corrección del código lingüístico y por la elocución literaria. Sobresale, además, por el dramatismo, la relación de los diálogos con la narración que le dan a la obra una caracterización muy particular y una alternancia entre la presentación dialógica y las secuencias narrativas. Ha de notar, el lector aguzado,  la plasticidad de la narración y la caracterización de los personajes que hace que la obra marche, no solo como artefacto verbal, sino como virtualidad vivida… Y para eso se escribe. Con Los cuentos del otro, Giovanny Cruz ha recuperado la voz de una otredad perdida, también el relato tradicional, popular y folklórico. Es su texto el trabajo de un sujeto dentro de la cultura-literaria. Como lo hizo Sócrates Nolasco en Cuentos cimarrones y como lo venían haciendo otros escritores hasta que la modernidad le dio una vuelta  e impuso una nueva manera de narrar, contar y contarnos.

| maf, caguas, pr trabajosparafornerin@gmail.com