sábado, 25 de junio de 2016

Cerrando los telones del Festival Internacional de Teatro

Cerrando los telones del Festival Internacional de Teatro
Por Giovanny Cruz Durán



El próximo lunes concluye el noveno Festival Internacional de Teatro (FITE). Un tremendo esfuerzo que nuestro público ha respaldado masivamente. 

Este adulto festival teatral, es el mejor ejemplo de cómo es que podemos democratizar la cultura.
Para nuestro país es imprescindible romper las barreras que nuestra condición de isla determina.

Los espectadores y artistas locales, participan y se benefician con este viaje absoluto que es el Festival Internacional de Teatro. En él aprendemos de otras experiencias y lenguajes teatrales. Nos comprobamos en ellos y mostramos al mundo lo que realmente escénicamente somos los dominicanos.

Diez días de trabajo arduo para el experimentado equipo que tiene a cargo conducir el FITE. Diez días intensos con las salas de teatros, públicos y privados, completamente abarrotadas.

Producciones internacionales (Chile, Colombia, Puerto Rico, Costa Rica, El Salvador, España, Estados Unidos, México, Portugal y Venezuela) convierten nuestro festival teatral en uno de los más grandes que se celebran en el planeta. La amplia participación de compañías dominicanas hacen del FITE una fiesta cultural inmensamente plural.

Esta versión de Festival Internacional de Teatro, ha sido dedicada a la Compañía Nacional de Teatro en la conmemoración de sus setenta años de historia. Su participación será el domingo 26 y el lunes 27 con la comprobada pieza teatral de Reynaldo Disla “Bolo Francisco”; teniendo a Claudio Rivera como director invitado. Una obra estética y temáticamente dominicana.

No es casual que sea así. Nunca me canso de recordar que nuestra Revolución Independentista, es la única en el planeta que sale exactamente de los escenarios. Nuestro teatro es tan dominicano como la misma conciencia de la Patria. Con él se forjó nuestra verdadera historia como República. En su estética nacional y en su compromiso con la Historia, todos estamos comprometidos. De ahí surgimos los actuales hombres y mujeres de Teatro de aquí.

He proclamado que los hacedores teatrales criollos, no son segundos de nadie en ninguna parte del mundo. Eventos como estos nos permiten argumentar en el escenario la radical aseveración.




¡Aplaudamos a los artistas teatrales que nos visitan! ¡Aplaudamos a los artistas nacionales que nos enorgullecen cada día con la calidad y disciplina demostradas! ¡Aplaudamos al Festival de Internacional Teatro de Santo Domingo! Él es ya un patrimonio cultural y artístico de este país.

¡FITE, no te mueras nunca!


Un suspiro y el irremediable... ¡Telón!

viernes, 24 de junio de 2016

Un “Otelo” telenovelado

Un “Otelo” telenovelado
Por Giovanny Cruz Durán.



“Los celos son el monstruo de ojos verdes que se alimenta con la vianda que lo nutre.”
(W. Shakespeare)

En 1983 actué en la telenovela puertorriqueña “Cadenas de amor”, protagonizada por Daniel Lugo y Nidya Caro. En una ocasión escuché decir al productor, que las telenovelas parten siempre de las tragedias griegas o de los dramas shakesperianos. Es el caso de esta intensa versión de “Otelo" que los chilenos de Colectivo Viajeinmóvil han presentado en el marco de nuestro Festival Internacional de Teatro.

Una única pareja en escenario observa un melodrama en una escondida televisión. Asocia lo que ven con la tragedia “Otelo” de William Shakespeare y, mediante la utilización de maniquíes convertidos en los personajes principales de la obra, recrean la pieza original asociándola al drama televisado.

Dicho así, todo parece sencillo. No es esa la verdadera historia. Ciertamente, el actor y la actriz nos resumen las escenas principales de la trama de “Otelo”, al cual salpican de un tremendo humor que en ningún caso nos aparta del drama interior de los personajes que realizan; pero han requerido una excelente y cuidadosa dramaturgia y dirección para llevarlo a cabo: Jaime Lorca, Teresita Lacobelli y Cristian Ortega.

La adaptación, dirección, recreación y actuación constituyen un excepcional trabajo que los espectadores, puestos de pies como un resorte, agradecemos al final de la mise-en-scène.

El arduo manejo de los maniquíes de Otelo, Desdémona y Casio es brillante. La interpretación viva que hacen Jaime Lorca y Nicole Espinoza de Yago y su esposa es más destacada todavía.

Para la interpretación de los distintos personajes, ambos actores deben desdoblar constantemente la voz. Aunque algunas veces pueden camuflarse entre ellos mismos y entre los escasos elementos de la escena, muchas veces lo hacen a vista de público, simplemente. En ese tenor, califico como excepcional los momentos en los cuales ellos entablan diálogos con los maniquíes que conducen. El cambio de los tonos de sus voces y los diferentes matices que logran son casi perfectos.

Cada recurso, cada efecto técnico ha sido cuidadosamente estudiado y aún mejor realizado en el escenario.

Como para esta puesta en escena, de teatro total, los personajes reales parten de su propia lectura de la obra de William Shakespeare, la obra original en ningún momento es traicionada en el evento. Los celos de Otelo, la ingenuidad de Casio, las intrigas de Yago, las angustias  de Desdémona están ahí. Pero la pareja latinoamericana que los recrean en su habitación, ha encontrado en las tendencias sociales y culturales hispanoamericanas el marco perfecto para la readaptación.

Por eso, en la escena están nuestros particulares celos, las prácticas de la burguesía trepadora y la violencia ejercida contra las mujeres. Violencia convertida hoy en una plaga peligrosa.

Todo esto hace que esta original versión de “Otelo”, tenga vigencia y al mismo tiempo se conecte con algunos de los objetivos aleccionadores de Shakespeare, quien quiera que éste realmente haya sido.

El Colectivo Viajeinmóvil con muy poco, ha mostrado mucho. Mucho de ellos, de Shakespeare y de nosotros. El Arte nos fue muy bien servido.


Me interrumpo ahora, porque me acaban de tirar el... ¡Telón!

jueves, 23 de junio de 2016

Crónica breve del FITE: "LABIO DE LIEBRE"

Crónica breve del FITE:
LABIO DE LIEBRE (VENGANZA O PERDÓN)


Colombia: Teatro Petra.

Dirección y dramaturgia: Fabio Rubiano.
Actuaciones: Marcela Valencia, Liliana escobar, Jacques Toukhamanian, Ana María Cuéllar, Biassini Segura y Julio Correal.

La pieza “Labio de liebre, evoluciona desde la risa hacia el drama comprometido de una manera genial. La primera impresión que nos llevamos de la pieza (sala principal de Teatro Nacional llena), es que se trata de una comedia ligera. En los primeros minutos hasta un tanto pesada de ritmo luce la trama. Empero, la historia (que por supuesto no contaré) va subiendo su ritmo, su intensidad y su planteamiento dramático. 
A pesar de que se trata de un concepto moderno del teatro, en muchos momentos ésta pieza nos muestra cierto sabor agrio, como a coro griego, a tragedia. Creo que la escena con la cabeza es, también, un tributo a Shakespeare. 
El buen sentido del humor negro, que le va  bien a una historia que sin él podría ser algo pesada, nos muestra una característica colombiana: reírse hasta de su propia historia.

Labio de liebre” nos habla del perdón y el trayecto a seguir para conseguirlo. Nos habla de la reconciliación, sin maniqueísmo. Pero no sólo de la reconciliación entre individuos, sino de los personajes consigo mismos.

Delicadamente dialéctica es la obra. No estamos en un mundo, como diría Albert Camus, químicamente puro. No somos absolutamente culpables y mucho menos absolutamente inocentes. La obra hurga en la historia general, en la particular y entre los laberintos interiores de sus personajes que requieren del juego que propone la trama para lograr una para ellos imprescindible catarsis. ¡Servido, entonces, el Teatro en toda su historia, en toda su esencia!

Algunos recursos simbólicos, por su sencillez, dotan a la pieza de una encantadora característica: teatro sin artificios y, hasta cierto punto, primitivo. Efectivamente, son las actuaciones, la historia, la trama o línea general quienes tienen la misión de conmovernos y convencernos. ¡Propósito logrado! 

La misma escenografía (dos paredes en un ángulo cinematográfico) es simple y funcional. Igual que los demás efectos técnicos, jamás compite con las actuaciones. Por el contrario, ayuda a acentuarla. No por ello está exenta de espectacularidad. La iluminación resalta las actuaciones y nos permitió captar la epopeya que subyace dentro de la puesta en escena. Adecuada banda sonora.

Sobre las actuaciones: En términos generales creíbles, orgánicas, efectivas y con muy correcto sentido de la verdad. Buena dicción. El peso actoral recae, sin embargo, sobre Julio Correal y Marcela Valencia, una de las mentoras creadoras del Teatro Petra. 

Creo que los micrófonos estaban muy subidos de tono. Eso hacía que las voces en algunos momentos lucieran un tanto metálicas. Algo que distancia a veces a los espectadores. Por más miedo que se le tenga a la sala principal del Teatro Nacional, se por experiencia que esta no muerde tanto como aparenta. No tenemos que hacer demasiado, como uno imagina en el primer contacto con ella, para vernos y escucharnos. 

El público tributa al final un merecido aplauso, paulatinamente poniéndose de pies, a la realización del Teatro Petra. Por supuesto que me incluyo entre los del tributo, más allá de si acepto  o no como posible el concepto del autor sobre la reconciliación que nos ha propuesto durante toda la noche.


Ahora permítame correr, esperanzando con este FITE de Santo Domingo, el... 
¡Telón!

sábado, 18 de junio de 2016

El silencio de Dios

El silencio de Dios



Por Giovanny Cruz Durán.

Dedicado al escritor y amigo Tony Raful.

En Nagua, como ya he escrito en más de una ocasión, viví con mis padres y dos hermanos durante diez años. Mi niñez fue bastante preocupante para mis padres, dado que era un muchacho muy enfermizo. Tanto, que llegó a decirse que en la ciudad era siempre el foco de infección. Por supuesto que practicar deportes me estaba absolutamente contraindicado. Podía ir a la playa algunas veces; más no podía, casi nunca, bañarme en el mar. ¿Imaginan tal contrariedad en aquel pueblo?

De las pocas cosas que me dejaban hacer, una era leer. Por supuesto que debía hacerlo con una máscara protectora, porque el plomo de la tinta de los libros de entonces era perjudicial para mi salud.

Siendo la lectura, como entenderán, prácticamente mi única diversión, lo hacía con fruición. Mi familia, sospechando siempre que no llegaría a adulto, me permitió cierta licencia. Por eso me dejaron leer a los doce años libros como “La noche quedó atrás” (de Jan Valtin), que narraba descarnadamente horrores de la Segunda Guerra Mundial; “La guerra y la Paz” (de León Tolstoi), novela en la que realmente “crean” a Bonaparte; “Resurrección” (también de Tolstoi), sobre la vida de una prostituta arrepentida; “El motín del Caine” (de Herman Wouk), ambientada en la Segunda Guerra Mundial; casi todos los libros de Vargas Vila y algunos de Camus y de Gide. ¿Imaginan a un mozalbete dentro de las páginas de estos escritores?

La figura de Dios se me hizo confusa. Tanto que comencé a notar su absoluto silencio. En aquel tiempo unos apuntes de Gide fueron determinantes.

En 1966 yo había sido nombrado Jefe de Cruzados de la iglesia. ¡Podía portar el estandarte! Me llegué a sentir casi como un templario mocano que estaba soñando en Nagua. Pero... Vargas Vila, Albert Camus y André Gide (como “demonios” susurrantes) iban convirtiendo mis sueños templarios en pesadillas conceptuales.

Con Gide, especialmente con él y su transición en la Fe, me sentía muy identificado. Primero: Señor, vengo a Ti como un niño: como el niño que quieres que vuelva a ser, como el niño que vuelve a ser aquel que te abandona. Depongo todo lo que constituía mi orgullo, que ante Ti, sería mi vergüenza, y Te someto mi corazón “(“Numquid y usted”)”. Pero luego Gide desespera (acompañado por mi) y grita (gritamos): Ya no sé rezar, ni siquiera escuchar a Dios. Si tal vez me habla no le oigo. Heme aquí, de nuevo, totalmente indiferente a su voz.

El “Huerto Agnóstico” de Vargas Vila se convirtió en mi particular biblia. Con Camus me siento identificado desde “Bodas”. Cuando esta obra, escrita en el período que llamamos La crisis  de Camus, el argelino-francés estaba padeciendo una terrible tuberculosis. Sentía que la enfermedad de Camus era exactamente la mía. Por supuesto que sus resabios también: Este mundo, tal como está es insoportable. Por eso tengo necesidad de la luna o de la dicha, de la inmortalidad,  de algo descabellado quizás; pero que no sea de este mundo (“Calígula”)”.  En una famosa reunión con intelectuales católicos (1949), Camus declara: Yo no parto de que la verdad cristiana sea ilusoria. Nunca he entrado en ella, eso es todo.

Yo hice lo mismo en el Colegio Belén donde estudiaba (mis enfermedades me liberaban siempre de las pelas de rigor en nuestra casa). Alarmadas por este ángel caído, las monjas del Perpetuo Socorro envían a la capital por un sacerdote, que mucho tiempo después adquirirá fama como milagrero. Se trataba del canadiense Emiliano Tardif. Horas duraban las jornadas de conversaciones con este culto sacerdote. Nunca pudo convencerme totalmente de que existía Dios; pero sembró una duda  en mi que me ha perseguido siempre: —¿Ves este reloj? —me dijo una tarde, mostrándome su muñeca izquierda en donde había un reloj al cual era posible ver su complejo mecanismo interior. —¿Tú crees, Giovanny, que estas piezas se pudieron juntar solas en este pequeño espacio? ¿Verdad que no? Pues así mismo es imposible que el universo que nos rodea, hermoso y coordinado, haya podido crearse sin una voluntad que lo impulsara.

Me sentí atrapado. Y dudé de mi ateísmo por los años de los años. Igual que Albert Camus me convertí entonces en un... ateo gracias a Dios. Es decir, realmente en un dudante y no en un negador absoluto.

Por más que me he esforzado en procurar creencias que resistan el escalpelo de la Razón (el dios de los judíos, en su silencio, no pasaba ante mi el escrutinio de esa Razón), sabía que no era aceptable que el gran reloj universal se pudiese haber formado por simple generación espontánea. Dios no era razonable; pero un mundo sin él me parecía más absurdo todavía. Traté de hacer a la Ciencia mi único Dios. Pero... Tardif y su reloj complicaban mis dudas. Entonces comencé a dudar hasta de mis propias dudas. ¡Tamaña angustia vivencial!

Cuando algunos científicos proclamaron, ha poco, haber descubierto dentro del  una pequeña cigua. Sntrerraza mnrla. No es necesario ni intleigente hacerlo. Es in de esa pequeña energntad que lo impulsara"toátomo la Partícula de Dios, es decir: el justo instante de la vida; comencé a entender que Tardif, los ateos, yo y demás creyentes estábamos equivocados. Equivocados en nuestra manera de enfocar al Ser Supremo. La confusa Biblia cristiana había construido un Dios a imagen y semejanza de los humanos. Y ese es el Dios que no cabe en la Razón. Pero hay otro, que aunque sigue en silencio, habla en el cosmos a través de acciones. Ese mismo cosmos, el inmenso reloj, son las palabras de ese arquitecto o relojero silencioso, de esa pequeña energía de donde se originó todo, de esas ínfimas partículas (partículas virtuales) en las cuales comenzó a formarse el universo y sigue todavía haciéndolo.

Jamás voy a rezar a esa energía que he terminado por comprender, creo. No es necesario ni inteligente hacerlo. Es inútil.

Ayer en la mañana, a la terraza más pequeña del último de mis pisos, entró una pequeña cigua. Se posó sobre el piso de madera y caminó por un rato. Buscaba algo que no parecía iba a encontrar. Nos miramos. Ella saltó hacia una barra de hierro. Trinó y  voló un poco hasta alcanzar mi florecida mata de gina. Cigua, árbol florecido y yo... ¿partículas virtuales en el gran universo?  No es tan silencioso, después de todo, el Silencio de Dios. En lo hermoso, en lo coordinado y en el pensamiento hay palabras no pronunciadas... creo. Creer es, todavía, cierta admitida duda. Lo entiendo. 

Empero, estoy un tanto cansado. He estado desde anoche algo complicado de salud. Para seguir reflexionando sobre esto y disipar un poco la dolencia, voy a tener que sentarme por un rato detrás de mi particular y cotidiano...


¡Telón!