martes, 15 de noviembre de 2011

Los dominicanos nos desconocemos a nosotros mismos


Los dominicanos nos desconocemos a nosotros mismos

Por: Miguel Collado


Existe, sembrada muy adentro del dominicano, una pasión por lo extranjero tan acendrada que pocos conciben la idea de que un gran hombre, de fama universal ―como Winston Churchill, por ejemplo―, pueda citar a un dominicano. A más de un nacido en esta golpeada patria de Juan Pablo Duarte y Salomé Ureña de Henríquez he visto reaccionar sorprendido cuando digo que nuestro país perdió tres oportunidades de presentar ante la Academia de la Lengua Sueca un candidato al Premio Nobel de Literatura: con la muerte de PHU (1946), de Franklin Mieses Burgos (1976) y de Juan Bosch (2001). En el caso de los dos primeros, me lo confesó el humanista olvidado Antonio Fernández Spencer.
Es una actitud que no tiene explicación con el simple hecho de decir “es el complejo de Guacanagarix”. Este cacique está muy lejos en el tiempo. Tan lejos que no califica como chivo expiatorio. Debe haber otra explicación, otra razón de ser, del por qué comenzamos a aplaudir a Juan Luis Guerra y su 4-40 cuando comenzamos a escuchar los estruendosos aplausos que su innovadora y mágica música arrancaba a los oyentes en escenarios muy distantes del de su suelo patrio.
Todo lo anterior viene al caso porque en la noche de ayer lunes 14 –en conversación sostenida amistosamente* con Jimmy Hungría, Carlos Castro y Ramón Tejada Holguín, en el Teatro Nacional, en el exitoso acto de puesta en circulación del libro de cuentos de nuestro amigo Giovanny Cruz: Los cuentos del otro, Tejada Holguín reaccionó correctivo cuando dije que, en la ciudad de New York, en 2004, un reconocidísimo educador dominicano me había dicho que en alguna ocasión Sir Winston Leonard Spencer-Churchill había citado los versos del poema “Aire durando”, uno de los textos poéticos más emblemáticos a pesar de su brevedad de nuestro inmenso Manuel del Cabral (1907-1999). Afirmó Ramón –en términos categóricos que eso no era posible, puesto que Churchill había fallecido antes de que don Manuel publicara su poema citado, que ese poema había sido publicado por Del Cabral en los años 60s. Nuestro amigo y antiguo contertulio cometió dos errores históricos garrafales que, por ética de bibliógrafo, no podemos pasar por alto. Veamos.
Ocurre que la conversación sobre el autor de Compadre Mon (1940) ―“libro clásico donde el hombre dominicano adquiere rango continental”, dice Manuel Rueda― se inició precisamente cuando Ramón, casi a dúo con Carlos Castro ―y ante el rostro dudoso del inquieto Jimmy Hungría y de mi sorpresa por la sorprendente inadvertencia histórico-literaria del reconocido sociólogo―, recitaba los versos iniciales de don Manuel: “Por una de sus venas me iré Cibao adentro. / Y lo sabrá el barbero,…”. Pero lo que Ramón no recordaba es que precisamente en esa monumental obra de la lírica hispanoamericana, en la segunda parte, vieron la luz pública por vez primera los versos de “Aire durando”, es decir, veinticinco (25) años antes de morir Churchill, quien falleció el 24 de enero de 1965.
Queda, entonces, una duda por despejar: ¿en qué circunstancia Churchill citó a Del Cabral? He de consultar nuevamente al escritor y educador dominicano, de vasta cultura, José Segura, quien, antes de jubilarse en la ciudad de New York, había sido reconocido por el Alcalde de esa ciudad, como el Mejor Educador del Año.
Es lo que siempre he dicho: somos desconocedores de nosotros mismos. Si Churchill hubiera citado a Borges, hubiera sido grandioso, pero si acaso citó a un dominicano, fácilmente lo olvidamos o lo consideramos imposible, como inaceptable consideran muchos el que el humanista dominicano corrigiera al célebre argentino. ¿Complejo de Guacanagarix? No lo creo. Debe existir otra explicación, amigo Jimmy.
Invito al amigo Ramón Tejada Holguín a leer el oportuno volumen de la obra poética completa de Manuel del Cabral que, bajo el título de Permanencia inmaterial, acaba de editar el Ministerio de Cultura, acción editorial –de valioso rescate bibliográfico- que merece nuestro aplauso. Es don Manuel del Cabral –para muchos el mejor poeta dominicano de todos los tiempos uno de nuestros literatos de mayor proyección universal, no tan solo en la América hispánica, sino también en el mundo anglo y en la Europa de los años 40s y 50s. Y esto, tristemente, pocos dominicanos lo saben, apreciado Ramón.
Como homenaje a la memoria de ese inmortal de la lírica dominicana, citemos el poema en cuestión:

 

AIRE DURANDO

¿Quién ha matado este hombre
que su voz no está enterrada?

Hay muertos que van subiendo
cuanto su ataúd más baja...

Este sudor... ¿por quién muere?
¿Por qué cosa muere un pobre?

¿Quién ha matado estas manos?
¡No cabe en la muerte un hombre!

Hay muertos que van subiendo
cuanto su ataúd más baja...

¿Quién acostó su estatura
que su voz está parada?

Hay muertos como raíces
que hundidas... dan fruto al ala.

¿Quién ha matado estas manos,
este sudor, esta cara?

Hay muertos que van subiendo
cuanto más su ataúd baja..


*Antes de que al diálogo-tertulia se integrara el siempre transparente y locuaz amigo Tony Raful, poeta y amigo al que admiramos por su hondura espiritual.
Santo Domingo, R. D.
Madrugada del 15 de noviembre de 2011