jueves, 13 de febrero de 2014

La amada presentida

Una nota necesaria:

Apenas faltan horas para comenzar a celebrar el Día de los Enamorados. Seguramente preparando la cena de rigor, mañana estaré muy ocupado. Por eso les dejo este poema que bien podría estar dedicado, o ser leído, a todas las amadas del universo. Eso ilusoriamente he pretendido. Empero, obligado estoy a compartir con ustedes, sólo con ustedes, este secreto: entraña confesiones y nostalgias.
G.C.D

La amada presentida


Los traviesos duendes del amor la presagiaron.
Por eso supe cuál sería el movimiento.
Procedente —¿quién lo conocerá?–
de un venturoso mundo mágico
en el cual las promesas adquieren categoría...
                                                                    de ¡siempre!
En ese mundo tienen los rayos
—aseguró  cuando ante mí se presentó—
ocho colores.
Dijo ser creada en el último de ellos
a partir de cascabeles y cencerros,
con sabores evocadores de mieles milenarias,
dátiles y almendras orientales,
olores combinados de almizcles y lavandas,
mirra y  pétalos de copadas maceradas.

Llegó ante mi, como es de rigor en estos casos,
una noche de luna ensangrentada,
cabalgando en un corcel color canela y sudoroso
para que no hubiese duda de un eco
                          rabiosamente antillano,
                          taíno para ser preciso,
aunque extrañamente lavaba su negra cabellera
con jabones de disímiles colores,
intentando inútilmente sacarse arenas
que sólo pudo adquirir en el Neguev.

Quiso sincerarse conmigo
y mostrar su verdadera identidad.
Por eso dejó en el piso de arcilla su máscara veneciana,
siete míticos tules azules que mal cubrían su cuerpo,
por eso limpió con manos inseguras
el lápiz labial russian rouge 

que resalta sus labios entreabiertos,
que sin palabras algunas pronunciadas
prometían caricias prohibidas...
                                                    ¡y lo cumplían!

De repente se convirtió en vocablo inconcluso,
en beso inagotable,
en entrega quejumbrosa,
en serpiente intranquila,
en mirada y polvo de crisálida,
en suspiros y gritos de placeres
y, también, en siete enigmas.

Y todo eso hizo
y todo eso fue
y todo eso dio
apenas en veintiuna bullangosas noches
en las que pretendió ser Venus o Inanna:
dadoras absolutas de pasiones.

Debo admitir que la esperaba,
que desde un tiempo para acá
la estaba presintiendo.
Por eso cuando apareció
temí haberla ilusoriamente imaginado.
Pero no...
¡Ella esta ahí!
En un momento frente a mi,
en otro a mi costado
y cuando no...
debajo de mis sábanas.

¡No podría jamás con algo así equivocarme!
Los poetas sabemos siempre
reconocer las presentidas caras del Amor;
aunque después descubramos
que su vida y su existir
tienen ciertos visos de Quimeras.


Cupido es el culpable de que deba interrumpirme. Dos cosas me han estado convocando: el Amor y el... ¡Telón!