jueves, 27 de julio de 2017

Entre Beltré, Osvaldo y Marcio

Entre Beltré, Osvaldo y Marcio
Por Giovanny Cruz Durán



Hace algún tiempo, entonces deambulaba por los caminos del marxismo, se me adoctrinaba para que pusiera la esencia y el contenido por encima de todo. ¡Bizcocho sin suspiro! Hasta a la personalidad juzgué un Mito.

Pero, por esos tiempos leí el grito de Bertolt Brecht: “¡La forma es la expresión más acabada del contenido!

Así las cosas, comprendí por qué se me hacía casi imposible apartar el buen decir, el bien escribir, los buenos modales y la educación formal del comportamiento.

Albert Camus, interviniendo en su pieza teatral “Calígula” (cuando este emperador, angustiado por la pérdida de su hermana y amante, se ausenta por días del palacio, preocupando a los senadores del imperio, que entendían debía contemplarse la posibilidad de sustituirlo, ya que entre ellos… “no faltan emperadores”), responde con palabras en boca del personaje Helicón: “No. Sólo faltan personalidades.”

¿Entonces, resulta ser que la dichosa personalidad no es tal Mito? Probablemente tampoco una “careta”. Seguramente es una manifestación trascendental de nosotros mismos, condicionada por la Cultura y el Saber. Una actitud.

En este devenir de mi particular y singular tiempo, en lugar de sentirme devorado por Cronos, asumo esta encantadora madurez como un reciclaje del pensamiento. Curado de los males pasionales que son comunes a todo joven, entiendo ahora que la Sabiduría no está en la proclamación. No. Está en todo el proceso vivencial… y en la espera.

Ahora, en todos mis laberintos interiores, en los vericuetos por cuales camina el Cocimiento, están dictándome fórmulas definitivas. Definitivas hasta que ocurran nuevos descubrimiento, aclaro.

Y justo allí, en esas profundidades particulares en las cuales algunas veces hasta duermo, me estoy obligando a regresar... a lo Bonito. ¡Me estoy volviendo un esteticista! Como tal, no puedo aceptar a un escritor, a un artista, a un ensayista o a un comunicador para el cual la palabra, escrita o hablada, no es el resultado de una elaboración que su formación determinó.

Un comunicador verbal debe saber hablar. Sin duda. Sin embargo, esto no siempre es así. Anoche, recluido en mi cama por cierta dolencia que me imposibilitó asistir a la puesta en circulación de la novela “La Natividad” (de Marcio Veloz Maggiolo), veía distraído, como un sencillo premio de consolación ante mi obligada ausencia, un partido de pelota de los Rancheros de Texas. Era una oportunidad para aplaudir al gran Adrián Beltré. De repente, sentí que para fastidiarme, uno de los narradores dijo: “Mira, yo soy de los que piensa…”

Me he cansado de corregir a políticos, comunicadores, escritores y amigos ese error garrafal. Me duele escucharlo. Por eso, no sin cierta intolerancia, escribí una nota al amigo Osvaldo Rodríguez Suncar, que es muy cuidadoso y certero en su pronunciación.

Le aclaré que aquel colega suyo que comentaba en el susodicho partido, no es de LOS que PIENSA. ¡Jamás! Él es de… LOS que PIENSANNNN… de LOS que CREENNNNNNN… de LOS que ASEGURANNNNNNN…


Un siempre compresivo Osvaldo me contestó inmediatamente. Trataría de llevar, prometió, mi inquietud hasta donde el reincidente infractor deportivo. Esto, porque Osvaldo sabe que por esos asuntos soy… ¡de LOS que SUFRENNNNNN!

Me interrumpo, porque debo empezar a leer la novela de Marcio. Soy de LOS  que ADMIRANNN y de LOS que APLAUDENNNN a este inmenso escritor y amigo. Ya les contaré sobre la novela. Pero ahora sean comprensivos y dejen que se cierre el...

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¡Telón

martes, 25 de julio de 2017

Tengo un amigo llamado Pedritín…


Tengo un amigo llamado Pedritín…
Por Giovanny Cruz Durán


que ha convertido la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría y el buen escribir en una religión. En su religión. Tengo la  fortuna de que Pedritín (Pedro Delgado Malagón) remite a mi correo electrónico sus reflexiones sobre el Conocimiento. Algo que él sitúa en el plano estrictamente cultural. Cada entrega de Delgado Malagón es un ensayo particular, bien escrito y mejor planteado. A decenas de sus trabajos he deseado reproducirlos en esta La Pasión Cultural. Hace un par de semanas escribió sobre la tragedia griega. ¡Brillante! ¡Genial! Como se entenderá, dada mi condición de hombre de teatro de formación, ese es un tema que he estudiado profundamente... creía. Al leer a Pedritín sentí que me faltaba hacerlo, que mis estudios e investigaciones sobre ese tan cercano tema, habían estado incompletos. En un artículo anterior él abordó el tema de la risa. Es probable que ese ensayo y la novela de Umberto Eco “En el nombre de la rosa”, sean los dos asuntos más excepcionales que he leído en ese tenor.
Hace unos días recibí una nueva entrega que me ha dejado apabullado. Sin pedir ninguna autorización (quedaría frustrado si me la negasen) voy reproducir íntegramente sus Apuntes de infraestructura publicado en El Caribe con el título: “Persistencia del embrujo”.
Por supuesto que si no soy demandado por publicación inconsulta, publicaré las entregas antes citadas en posteriores fechas. ¡Disfuten!

Link de la publicación en El Caribe: 
http://www.elcaribe.com.do/2017/07/22/persistencia-del-embrujo 



A Marcio Veloz Maggiolo, añejo oficiante de inextinguibles saberes…








El hombre reclama, en el origen, seducir las aguas, conjurar el viento y revivir la claridad del sol. Viento y agua y luz, más tarde, asientan en la holgura de su señorío. De ese delirante ardor de predominio nace la magia.

Y entonces monta el hombre como “hacedor de vientos” (es caliente el día de aquel viaje largo; el individuo toma una piedra, la rodea con unas vueltas de crin de caballo y la ata a un madero; después ondea la vara a su alrededor y pronuncia el conjuro, hasta que repentinamente comienza a soplar el aire frío…); como “hacedor de lluvias” (hay sequía, las mujeres y muchachas del pueblo caminan desnudas por la noche mientras arrojan agua sobre la tierra, hasta que brota la llovizna…); como “hacedor de luz” (los hombres lanzan flechas encendidas al sol y ahuyentan la bestia salvaje que trae la luz agonizante del eclipse…).

En su lucha con la tierra, el hombre primitivo cree descubrir las poderosas y secretas razones que hacen depender la siembra de las estaciones climáticas. Se adentra, entonces, en los borrosos designios de una esencia divina que garantiza el éxito o el descalabro de las cosechas: que revela los oscuros lazos existentes entre la lluvia y las espigas, entre la luna y los terrones, entre el estiaje y los capullos.

El pensamiento de la magia ha seguido dos grandes trayectos: (1) la idea de que lo semejante produce lo semejante, o que los efectos tienen parentesco con sus causas, y (2) la noción de que las cosas que una vez estuvieron en contacto se intervienen recíprocamente a distancia, después de haberse interrumpido todo contacto físico. El primer principio es denominado por J. G. Frazer como “ley de semejanza”, y en él se origina la “magia homeopática” o “imitativa”. El segundo precepto es nombrado “ley de contacto” o “contagio”, y éste da origen a la “magia contaminante” o “contagiosa”.
El reino de la magia es la primera jornada del pensamiento humano. Se crean aquí conjuros, encantamientos, exorcismos, tabúes, supersticiones, representaciones y ceremoniales. El hombre pretende ampliar su señorío sobre la naturaleza. Cree en la existencia de un automatismo inconsciente, impersonal, que rige el mundo y sobre el cual es posible obtener ventajas mediante la aplicación, por los humanos, de esas mismas leyes. El mago de la tribu no ruega a ningún alto poder, no demanda favores, no se humilla ante ninguna deidad. Tan sólo aplica sus conocimientos al ámbito de los fenómenos naturales con el objeto de plegarlos a designios personales o colectivos.

El hechicero se enfrenta a la naturaleza, exactamente con el mismo concepto que nuestros modernos científicos, y, como ellos, intenta dominar las energías esenciales que mueven la vida en el universo y sobre la tierra. Elabora para estos fines todo un cuerpo de ceremonias y fórmulas, de impetraciones y sortilegios que se integran, hoy, al folklore de los pueblos, como supervivencias ancestrales de la antigua conciencia mágica.

Las prácticas mágicas se asemejan unas a otras en todos los pueblos de la tierra, aunque no haya existido comunicación alguna entre esos grupos humanos. Y está claro que no puede ser de otro modo. El objetivo de la magia es siempre el mismo: obtener dominio sobre el tiempo y el orden de los fenómenos naturales. Las supersticiones y las creencias, por ello, no deben ser estudiadas como manifestaciones locales, aisladas, sino como las partes que integran un gran universo.

En su denodada lucha por vivir y ante los misterios que la magia no satisfacía; frente a la evidencia de sus limitaciones, y en presencia de la oscura intuición de que el universo obedecía a una voluntad consciente, el pensamiento humano creó la religión. Como fórmula suprema, como respuesta fascinada o como imagen de eternidad. La formación del concepto religioso es posterior a la del concepto mágico. Con el correr del tiempo, no obstante, la magia ha tendido a volverse religiosa; y la religión, mágica.

Oswald Spengler llama religión “a la conciencia vigilante de un ser vivo en los momentos en que vence, domina, niega y aún aniquila la existencia”. Para Miguel de Unamuno, la religión, la religiosidad (actitud individual), nace de la sed de eternidad, de la trágica congoja de ver cómo pasan las cosas y cómo se viene la muerte.

Magia y religiosidad señalaron, en los albores de la historia, las dos grandes rutas por las que habría de echarse a andar el pensamiento humano. Ningún camino distinto ha sido descubierto desde entonces.

El sendero de la magia condujo al hombre a la inmutable prominencia que es ahora la ciencia; la ruta de la religión, hasta la piedra invicta y ciega que representa hoy el dogma. De la fusión de magia y religión ha nacido la cultura, esto es, el arte, los mitos, los hábitos, las técnicas, la historia, la literatura…

En América todo es posible, dice la sabiduría popular. “Hechicería”, “magia”, fueron algunas de las primeras palabras castellanas pronunciadas en el Nuevo Mundo. Los indios creían que las hierbas hablaban y que tenían un sexo. Los dahomeyanos, esclavos en las plantaciones de caña de la Hispaniola, consideraban que en el principio del mundo existía una deidad suprema doble, de cuya unión nacieron las distintas divinidades o vodús.

Iberoamérica es, todavía por mucho, un mundo en gestación, con “Babalaos” y “Obatalás” y “Yemanyás” que asoman sus torvos hocicos al rudo laberinto metropolitano. Habitamos un espacio intensamente mágico, con “toques de santos” y “fiestas de palos” delirantes, con azabaches y resguardos sigilosos, con sortilegios y expiaciones que nos devuelven al vacío primigenio: al caos inaugural de “Mawu-Lisa” y al territorio de “Changó”, señor del trueno.

De tal forma, no nos extrañemos. Habrá alguien por ahí, vivo y coleando, y muy probablemente con una página web en internet, que nos ofrezca algunos “vevés” (dibujos mágicos) y una que otra invocación a los espíritus de los “marasa”, a San Nicolás, a San Cosme, a San Damián y a Santa Clara. Las instrucciones serían simples. Prepare las ofrendas: maíz tostado, manioc, batatas, arroz y miel. Luego excave un hueco frente a la puerta principal de la casa y ate a los animales del sacrificio: dos pares de gallinas o un par de palomas. Las ofrendas se entierran en el hueco. Rocíe el suelo con agua y ron. Silencio. El “Hougan” hará algunas invocaciones a la Virgen María para el bienestar de la familia y de los niños. Esta ceremonia se llama “mangé pipi” o “mangé dha”. También pueden leerse instrucciones para curar el “mal de ojo” y las calenturas. ¿Quiere aún más?
¡Saravá..!

 ¡Telón!

domingo, 23 de julio de 2017

“Big Little Lies”: televisión de calidad en HBO

“Big Little Lies”; televisión de calidad en HBO
Por Giovanny Cruz Durán.


 Probablemente apabullada por la presencia espectacular en la llamada pantalla chica de “Game of Throne”, para muchos ha pasado desapercibida la extraordinaria serie, también de HBO, “Big Little Lies” (Pequeñas grandes mentiras). Una clara demostración de que en estos momentos la Televisión ya no está solicitando permiso al Cine para insertarse con fuerza en los cánones del buen Arte.

Sin dudas que la gran garantía artística en Big Little Lies”, está constituida por las magníficas actuaciones de Nicole Kidman, Shailene Woodley, Reese Witherspoon y Laura Dern. Y las no menos impactantes caracterizaciones de Zoé Kraviz, Alexander Shasgard (excelente en su rol de marido abusador), Adam Scott, Katrhyn Newton, James Tuper, Santiago Cabrera, Joseph Cross y hasta la del niño (al suscrito pocas actuaciones de infantes les parecen realmente buenas en el rigor profesional) Lain Armitage, como Ziggy. Todos conducidos por las expertas manos direccionales de Jean-Marc Vallée, con un guion muy bien llevado por David E. Kelley.

El punto de partida de la trama, con un estilo llamado ahora comedia dramática oscura, nos llega con un estigma: está basado en un best seller (justamente definido en mi presencia por Vargas Llosa como… “libros para los cuales no debemos esforzar mucho el cerebro para leerlos”) de Liane Moriarty. No obstante, el tratamiento cinematográfico y su adaptación nos hacen llegar un buen producto, definitivamente superior al libro original.

Aunque el artista no tiene que ser “mensajero” de nada ni de nadie, en este caso hasta el tratamiento temático nos resulta aleccionador. Estoy seguro de que no pocas mujeres se sentirán reivindicadas, o al menos reflejadas, al ver esta serie de siete intensos e inteligentes capítulos.

Las cuatro actrices principales de la serie luce que se tomaron muy en serio sus respectivos trabajos de construcción de personajes. Las he visto en otras muy bien llevadas actuaciones; pero en estas, logran desconectarse absolutamente y presentarnos productos de otra muy distinta factura actoral.

Un detalle a resaltar, es que en “Big Litlle Lies” no juegan al maniqueísmo, tan usual en la televisión norteamericana. Para nada. Con los arquetipos de las mujeres de esta historia, y realmente ellas llevan la voz fuerte de la serie, los realizadores no han hecho concesiones. Ninguna, francamente, es heroína. Ellas, en su dialéctica, son contradictorias, no lineales y casi anti heroínas. Cuando un maestro actoral ve actuaciones como estas, sabe que en el proceso creativo las actrices y actores, estéticamente, se han divertido.

El argumento, y desde luego que no seré tan necio para abundar más de la cuenta en sus detalles, es la historia principal de tres mujeres: Madeline Mackenzie, Celeste Wright y Jane Chapman.

Madeleine (Reese Witherspoon) es una mujer fuerte, divertida y apasionada; de esas que no dejan pasar una y que convierten su existencia en una lucha feroz por lo que ellas interpretan como justo. De aplauso para el guionista es la tirante relación del personaje con su hija mayor (Katrhyn Newton). La hiperactividad del personaje y su absolutismo desbordado, casi insoportable, lo convierten en lo que llamo... un personaje con garras. Son esos que dan al actor o actriz la tremenda oportunidad de lucirse. Es el caso.

Celeste (Nicole Kidman) es una mujer hermosa, inteligente y con un matrimonio perfecto… aparentemente. Pero cuando la cámara entra en su intimidad, descubre extraños comportamientos sexuales (con desnudos incluidos) y abusos infligidos por el esposo, que ambos intentan ocultar. Me parece que la Kidman rompe en esta actuación con una tendencia que le habíamos observado en sus últimas interpretaciones y se aleja de cierta frialdad académica.
Si los amigos lectores, que como tales son cómplices de este artista y escritor, se comprometen a no divulgarlo por ahí, me atrevería a confesar que su actuación es la mejor de toda la serie; sin que esto demerite, en ningún sentido, las demás interpretaciones.

La tercera sub historia dibuja a Jane (Shailene Woodley), una madre soltera, joven y de una clase económica y social muy diferente a la de las dos primeras; con un hijo producto de una terrible experiencia sexual, la cual nos es contacta en efectivos flashbacks que, en este caso, no rompen el ritmo cinematográfico, como suele suceder tantas veces en el Cine universal. La Woodley tiene el personaje emocional e interiormente más intenso. En el desarrollo parecen querer inducirnos a pensar en un desenlace en el cual ella cometerá la acción criminal fundamental de la serie. Sólo en los minutos finales sabremos cuál ha sido el verdadero asunto.

En la original trama de la serie sabemos desde el principio que se ha cometido un crimen. Pero no sabremos hasta el muy original desenlace, quién ha sido el asesinado, como tampoco quién o quiénes lo han ejecutado. Esto constituye un buen recurso, porque como espectadores tendremos que esperar hasta el final, nada de manual, para enterarnos de lo acontecido y las circunstancias que determinaron los hechos fundamentales.


El manejo de los llamados puntos de giros o hechos fundamentales, es extraordinario. Por eso el suspenso y las expectativas jamás decaen en el desarrollo argumental o línea ininterrumpida.

Estando en el Festival Internacional de Cannes de este año, fui testigo de la polémica desatada allá por el presidente del jurado, Pedro Almodóvar, al declarar (en un mensaje muy directo a Netflix) de que no premiaría una película cuyo destino no hubiese claramente sido la gran pantalla. Me parece que la tendencia de la televisión de estos tiempos, apuntala a que tendremos que revisar muchas antiguas teorías y prejuicios. Me confieso en ese grupo. "Big Little Lies", argumenta bien en ese sentido.

Empero, mientras tanto y por si acaso, me he comprado una pantalla gigante para ver… ¿televisión? como si fuera Cine. Así he logrado disfrutar y aplaudir “Big Little Lies”. Pero, y antes de que Almodóvar llame a mi teléfono móvil para tardíamente abochornarme por lo que acabo de escribir, pediré que…

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