domingo, 30 de octubre de 2022

Las cosas extraordinarias», pieza inglesa entre nosotros.

Por Giovanny Cruz Durán.

Académico de la Lengua, escritor y hombre de teatro.



«NARRADOR:

 Empecé la lista después del primer intento. Una lista de las cosas extraordinarias de este mundo. Todas y cada una de las cosas por las que merece la pena vivir. 1. Los helados. 2. Las guerras de globos de agua. 3. Que te dejen quedarte viendo la tele cuando ya ha pasado la hora de ir a dormir.4. El color amarillo. 5. Las cosas con rayas. 6. Las montañas rusas. 7. La gente que tropieza. Todas las cosas que, con siete años, pensaba que eran geniales aunque mi madre no estuviera necesariamente de acuerdo. Empecé la lista el 9 de noviembre de 1989. Me habían venido a buscar tarde al cole y me habían llevado al hospital, que es donde estaba mi madre.»

 

De esta manera inicia la obra del dramaturgo y director inglés Duncan Macmillan. En él, los temas sociopolíticos son recurrentes. En «Las cosas extraordinarias» parece haber, especialmente, mucho suyo. Esto, porque en un momento de su vida perdió la fe en si mismo. Lo que le produjo una gran depresión. ¿Pensaría en el suicidio?

 

En varias de sus obras manifiesta una intención de escribir pensando en la oportunidad actoral. Es decir: procura escribir textos que sirvan como lanzamiento u oportunidades a actores y actrices.

 

«Las cosas extraordinarias» es un buen texto teatral. ¿Es uno de los mejores que he leído o visto en un escenario? No. Empero, no es ésta una crítica de literatura, por lo que no abundaré más en el análisis estructural del Texto Literario; que convierte en Texto Dramático, con mucho acierto, el director puertorriqueño Ismanuel Rodríguez.

 

La trama es sencilla: un niño (el propio dramaturgo aclara que igual puede ser una niña) tiene que pasar por la experiencia de ver la depresión y suicidio de su madre. Por supuesto que esa traumática experiencia le signará para el resto de su vida. Ya en la adultez decide formular una amplia lista de todas esas cosas, precisamente extraordinarias, que tiene la existencia humana para validar nuestro devenir en este mundo.

 

La banda sonora es muy buena y útil para la actuante. Esta vez no puedo juzgar la escenografía de la realización porque, prácticamente, no hay. ¡Y no se necesita! No les comentaré de las luces porque en la obra estas no constituyen nada especial. ¡Ni me hicieron falta! Me han escuchado o leído decir que en una realización escénica todos esos elementos pueden no existir y hay teatro. Lo que resulta imprescindible, siempre, es el actor. Ha sido el caso. Y, para ser honesto, no hizo falta algo mas.

 

¡Xiomara Rodríguez en «Las cosas extraordinarias»: qué delicia! 

 

Es ella lo que llamo una actriz de formación. Y esto debo explicarlo.

 

En las presentaciones teatrales en las cuales suben a escena actores sin la brega profesional que da la formación, hay deficiencias que se hacen evidentes ante mis ojos por largo tiempo de sus respectivas carreras:

 

Los actuantes sin formación tienden a agacharse. Cuando se desplazan acusan rigidez en sus piernas. Mueven en demasía las manos o no saben qué hacer con ellas. Tienden a colocarse, cada vez que pueden, detrás del mobiliario, como buscando protección de éste. Si hay profesionales en la producción, suelen actuar como «apartándose» de ellos, casi como si le hiciesen una caravana. Sus oraciones son planas, sin matices. No tienen una idea acabada sobre el ritmo escénico, se complican con las llamadas Líneas Internas del personaje; etc.

 

Xiomara, en esta realización, se mueve como un picaflor en el aire. Su actuación parece absolutamente natural (como actor les digo que esa «naturalidad escénica» es algo sumamente difícil de lograr). Sus movimientos son precisos, fluidos e inteligentes. Sus ademanes, aunque al espectador parezcan improvisados, son elaborados meticulosamente. Cada gesto de sus manos, cada giro corporal de Xiomara Rodríguez, cada movimiento de cabeza y sus miradas son códigos que aporta al personaje esta gran actriz.  

 

En el escenario su voz es dulce y su volumen atenuando. Pero su dicción teatral es tan perfecta, que cada palabra (siempre bien pronunciada) llega perfectamente a nuestros oídos. La manera en que llegan nos permite procesarlas, algo que es imperativo en esta pieza.

 

Cuando se otorgan puntuaciones en natación, no sólo se toma en cuenta la perfección de un clavado. La dificultad del salto es determinante en la apreciación de los jueces. Les aseguro que el «clavado» de Xiomara en esta ocasión es de alta dificultad. Hacer café-teatro del bueno es sumamente complicado. Y dentro del café-teatro, aquel en el cual se interactúa constantemente con los espectadores, es todavía más difícil. En este caso se suma, que debe haber en la sala una cantidad buena de público porque con muchos de los presentes la actriz habrá de relacionarse escénicamente. Uno nunca sabe, hasta que se enfrenta al «toro», si éste llegará a la arena con ánimo de cooperar.  

 

Los actuantes de este tipo de teatro tendrán que recurrir a toda su formación para lograr esto. No se trata de pararse en una tarima y contar chistes detrás de un micrófono. No.

 

Xiomara envuelve y compromete a todos los que agotamos las butacas de la sala. Salpica y dosifica el buen humor, que el espectador agradece y premia. Pero, lo que ocurre, el suceso, es desgarrante. Es cierto que nos harán partícipe de una lista de cosas extraordinarias para el buen vivir; pero el personaje recurre al efecto por imperiosa necesidad de hacerlo. El suicidio de su madre ya no se va a resolver. Lo que procura el personaje es evitar el suyo... y el de todos nosotros. Darnos elementos para que nos aferremos a nuestras respectivas existencias. Así de simple.

 

Excepcional la interacción de la Rodríguez con sus espectadores. Los compromete y seduce en la escena. Sin esto, no sería posible desarrollar la trama o Línea Ininterrumpida de la obra. Ese sólo logro, la hace merecedora de mis aplausos.

Igual que en las acciones del personaje, tampoco hay más improvisaciones de las absolutamente necesarias en los parlamentos. A los actores de formación, en su época de academia, les enseñan a bregar con las llamadas Situaciones Atípicas. El «enfrentamiento» de Xiomara con cada espectador es eso. Ella resuelve el efecto con gran maestría.

 

¡Xiomara Rodríguez, en «Las cosas extraordinarias», nos ha fascinado. Se desnuda y desgarra en el escenario, convence al público (dispuesto en teatro arena: gente por todas partes) y asombra a este viejo maestro suyo, hoy amigo y colega que se inclina reverente ante ella, agradeciéndole su actuación.

 

Hubiera preferido regresar a mi casa sólo con las imágenes de su actuación y las palabras suyas y Duncan. Pero, los productores decidieron hablar. En el marco de un Festival, como es el caso, quizás se justifique. Pero no se acostumbren a eso.

 

¡Telón!


martes, 25 de octubre de 2022

“El hijo del sol. Historia de un principito”: una producción profesional

Por Giovanny Cruz Durán.

Académico de la Lengua, escritor y hombre de teatro.


 

Digo... profesional, porque no todo lo que sube a nuestros escenarios con esas pretensiones, realmente lo es.

 

El texto literario de este "Hijo del sol", o adaptación criolla siempre conectada al original (“Le Petit Prince”, novela corta del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, publicada en 1943), escrito por Isen Ravelo, aunque con algunas pinceladas un tanto cursi, es encantador. Empero, el texto dramático (resultante del primero) de Indiana Brito, es extraordinario.

 

La soberbia imaginación creadora que Indiana muestra a los espectadores que colmamos la Sala Manuel Rueda, es digna de cualquier escenario del planeta. En el teatro esa imaginación creadora es muy necesaria. Pero (¡cuidado!) hay que procurar que llegue a escena eso y no la fantasía. Son conceptos diferentes.  

 

Los recursos escénicos-mágicos, de los cuales se auxilia, son espectaculares y dignos en esta concepción escénica que prestigia al Teatro Rodante de Bellas Artes y al movimiento teatral dominicano. Lucen como un milagro escénico. Aunque constituyen un recurso teatral muy técnico, en la realización teatral que ocupa mi atención no pierden el encanto de lo rudimentario, de lo... "hecho a mano y medida".

 

Con tales efectos siempre hay que tener la precaución de que no se traguen al mejor recurso que hay en todo teatro: El actor. En este “El hijo del sol”, eso está bordado. 

 

Para que las transiciones de una escena a otra no pierdan el necesario ritmo teatral, Indiana recurre al llamado teatro negro (que nace en China, aunque el moderno empieza en Praga en 1950). Pero logra, en su puesta en escena, convertirlo en poesía del silencio.  Ciertamente, cumple el cometido y aporta más hermosa magia teatral a la realización del Teatro Rodante. 

 

Igual ocurre con las impresionantes luces de Ernesto López. Su concepto de luminotecnia es avanzado. Entiende que en un evento teatral para toda la familia, el espectáculo es mandatorio. Pero al mismo tiempo nos propone unas luces construidas al servicio del actor y no en competencia con éste.

 

La escenografía del insuperable Fidel López es sencilla, creativa y funcional. Optó por criterios poéticos y salió airoso. Recursos imaginativos utilizados con propiedad. Logra una especie de ciclorama que convierte el escenario en un macrocosmos. Aporta belleza y profundidad a las escenas. Mis aplausos.

 

Vestuario, maquillaje y máscaras son excelentes y adecuados. 

 

Todos estos recursos técnicos son tan bien administrados que nunca evitan que los espectadores, deslumbrados por ellos, nos olvidemos de la trama central de la pieza y su objetivo. El meticuloso manejo de esos recursos mágicos y técnicos de la obra, es lo que me lleva a juzgarla como especialmente profesional. 

 

A pesar de todos sus atributos internacionales, Indiana coloca en el escenario la estética nacional. Nuestra cultura y símbolos. Colores en las escenas, bailes y movimientos corporales son nacionales.

 

La música, como la de las antiguas realizaciones teatrales griegas y mis legendarias producciones, es original. Compuesta exclusivamente para esta realización por José Andrés Molina. ¡Estupenda! Nos envuelve en la atmósfera escénica que nos propone Indiana Brito.

 

Las actuaciones de Isen Ravelo y Jozze Sánchez me parecieron magníficas. Lo que suelo llamar "teatro total": actuación más allá de lo convencional o habitual. Imposible lograr más de ahí. Ambos tienen un gran manejo de voces y cuerpos. Nos convencen en todo el evento teatral. Son orgánicos, casi rozando lo proteico. Jozze realiza una espectacular multiplicidad de personajes, aunque no siempre logra diferenciarse en la voz de uno a otro personaje, el manejo de sus diferentes psicologías es maravilloso. 

 

El ritmo, la concentración de la atención, la proyección vocal (aunque amplificada) es buena. Sus dicciones, perfectas. Es verdad que son dos actores jóvenes, pero su brega teatral en esta obra los aproxima a la maestría.

 

Cuando la mise-en-scène tiene este rigor y calidad internacional, como es el caso, este veterano hombre de teatro y escritor es feliz. Tanto, que no quisiera ocurriera el inevitable…

 

¡Telón!