martes, 25 de octubre de 2022

“El hijo del sol. Historia de un principito”: una producción profesional

Por Giovanny Cruz Durán.

Académico de la Lengua, escritor y hombre de teatro.


 

Digo... profesional, porque no todo lo que sube a nuestros escenarios con esas pretensiones, realmente lo es.

 

El texto literario de este "Hijo del sol", o adaptación criolla siempre conectada al original (“Le Petit Prince”, novela corta del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, publicada en 1943), escrito por Isen Ravelo, aunque con algunas pinceladas un tanto cursi, es encantador. Empero, el texto dramático (resultante del primero) de Indiana Brito, es extraordinario.

 

La soberbia imaginación creadora que Indiana muestra a los espectadores que colmamos la Sala Manuel Rueda, es digna de cualquier escenario del planeta. En el teatro esa imaginación creadora es muy necesaria. Pero (¡cuidado!) hay que procurar que llegue a escena eso y no la fantasía. Son conceptos diferentes.  

 

Los recursos escénicos-mágicos, de los cuales se auxilia, son espectaculares y dignos en esta concepción escénica que prestigia al Teatro Rodante de Bellas Artes y al movimiento teatral dominicano. Lucen como un milagro escénico. Aunque constituyen un recurso teatral muy técnico, en la realización teatral que ocupa mi atención no pierden el encanto de lo rudimentario, de lo... "hecho a mano y medida".

 

Con tales efectos siempre hay que tener la precaución de que no se traguen al mejor recurso que hay en todo teatro: El actor. En este “El hijo del sol”, eso está bordado. 

 

Para que las transiciones de una escena a otra no pierdan el necesario ritmo teatral, Indiana recurre al llamado teatro negro (que nace en China, aunque el moderno empieza en Praga en 1950). Pero logra, en su puesta en escena, convertirlo en poesía del silencio.  Ciertamente, cumple el cometido y aporta más hermosa magia teatral a la realización del Teatro Rodante. 

 

Igual ocurre con las impresionantes luces de Ernesto López. Su concepto de luminotecnia es avanzado. Entiende que en un evento teatral para toda la familia, el espectáculo es mandatorio. Pero al mismo tiempo nos propone unas luces construidas al servicio del actor y no en competencia con éste.

 

La escenografía del insuperable Fidel López es sencilla, creativa y funcional. Optó por criterios poéticos y salió airoso. Recursos imaginativos utilizados con propiedad. Logra una especie de ciclorama que convierte el escenario en un macrocosmos. Aporta belleza y profundidad a las escenas. Mis aplausos.

 

Vestuario, maquillaje y máscaras son excelentes y adecuados. 

 

Todos estos recursos técnicos son tan bien administrados que nunca evitan que los espectadores, deslumbrados por ellos, nos olvidemos de la trama central de la pieza y su objetivo. El meticuloso manejo de esos recursos mágicos y técnicos de la obra, es lo que me lleva a juzgarla como especialmente profesional. 

 

A pesar de todos sus atributos internacionales, Indiana coloca en el escenario la estética nacional. Nuestra cultura y símbolos. Colores en las escenas, bailes y movimientos corporales son nacionales.

 

La música, como la de las antiguas realizaciones teatrales griegas y mis legendarias producciones, es original. Compuesta exclusivamente para esta realización por José Andrés Molina. ¡Estupenda! Nos envuelve en la atmósfera escénica que nos propone Indiana Brito.

 

Las actuaciones de Isen Ravelo y Jozze Sánchez me parecieron magníficas. Lo que suelo llamar "teatro total": actuación más allá de lo convencional o habitual. Imposible lograr más de ahí. Ambos tienen un gran manejo de voces y cuerpos. Nos convencen en todo el evento teatral. Son orgánicos, casi rozando lo proteico. Jozze realiza una espectacular multiplicidad de personajes, aunque no siempre logra diferenciarse en la voz de uno a otro personaje, el manejo de sus diferentes psicologías es maravilloso. 

 

El ritmo, la concentración de la atención, la proyección vocal (aunque amplificada) es buena. Sus dicciones, perfectas. Es verdad que son dos actores jóvenes, pero su brega teatral en esta obra los aproxima a la maestría.

 

Cuando la mise-en-scène tiene este rigor y calidad internacional, como es el caso, este veterano hombre de teatro y escritor es feliz. Tanto, que no quisiera ocurriera el inevitable…

 

¡Telón!