En una fecha como
esta, 31 de diciembre, solemos trazarnos metas. Es bueno eso.
Las primeras
celebraciones de Año Nuevo son atribuidas al pueblo de Babilonia hace más de
cuatro mil años. El asunto tenía que ver con el inicio de la nueva cosecha.
Bien.
Algunos piensan
que todo se trata hoy de, apenas, cambio en la micra de un segundo en nuestro singular
tiempo. ¡Cronos suspirando! ¡Cronos en el cosmos haciendo travesuras a sus
hijos al andar!
En realidad es
mucho más que eso. Al menos en los aspectos sociales, culturales y sicológicos.
Cada inicio de
año presupone una renovación interior entre nosotros. Igual es el planteamiento
de nuevos proyectos o, acaso, el reciclamiento de los existentes.
No pocos se
trazan metan que no son prácticas o factibles. En ese tenor, lo recomendable es
reflexionar detenidamente sobre el “hacia dónde queremos y podemos ir” y
trazarnos objetivos que sí estamos en capacidad de realizar. Cultivar la
imaginación sin el concurso de la fantasía.
Esto, porque la
realidad nos golpeará en un cercano porvenir y podría causarnos frustraciones insalvables
si no somos sabiamente prudentes.
Por supuesto que
en mi caso tengo asuntos particulares pendientes: terminar dos novelas que
todavía giran en el cerebro de mi ordenador personal, tres obras de teatro a
las cuales falta perfeccionar los llamados hechos importantes, un libro de
poemas docenas de veces interrumpido, esperar tres amigos que ya se han
anunciado, desear que la amada de rigor por fin se atreva a decir su nombre
verdadero, seguir disfrutando de la dicha que proporcionan mis magníficos hijos
y poder aún deleitarme de los misterios que llegan en las miradas persistentes y
siempre inquietantes de los nietos.
En el plano internacional,
al parecer, se vislumbran acciones dramáticas. Si que ocurra es inevitable, ojalá
que lo civilizado que ocupa laberintos interiores se imponga sobre la bestia
que, aún rezagada, comparte espacios dentro de nuestro subconsciente.
En nuestro país
tendremos diferentes tipos de elecciones. Hay clamores generalizados de cambios.
Luce que estos van a ocurrir. Si es así, uno espera que todo transcurra en la
normalidad y que la derrota tampoco haga aflojar lo irracional que hay entre
tantos de nuestros muchísimos políticos. ¡Demasiado!
Efectivamente, el
año que comenzará dentro de unas horas compromete muchos nuevos asuntos. A algunos
lo podemos vislumbrar partiendo de nuestras realidades económicas, sociales y
culturales. Otros, posiblemente, nos llegarán entre asombros… si finalmente lo
hacen.
Mientras soñamos
con la esperanzadora llegada del porvenir, que ocurre cuando la utopía logra
vencer al presente, permítanme acercarme a mi árbol de Ilán-ilán (flor de
cananga), recolectar varios de los manojos de sus florecillas amarillas y pretendiendo
una manipulación mística macerarlos en un tazón de cristal con agua virgen. Dejaré
allí, también, 21 clavos dulce por mas de tres horas para bañarme en la
madrugada con esa agua aromatizada. Agua que procuraré recoger y verter en la
mañana en cualquier cruce de caminos. ¡Gracias a la Misericordia!
Regaré con mi
incensario dorado, en los primeros minutos del año que está a punto de asomarse
a mis puertas y ventanas, el humo que produce la resina extraída del milagroso
y mítico árbol de Mirra, luego que esa princesa provocara la ira de su seducido padre
Ciniras. Sin mediar pausa alguna, arrojaré puñados de ajonjolí en tres esquinas
de mi casa, para que por la cuarta salgan todos los espíritus malignos que
algunos celosos me han dejado.
Un poco antes, aunque
en el tiempo de la noche, sin poder evadirme de la poesía escucharé esas promesas
que susurra la guitarra con su boca siempre abierta, como el sexo que prometen
las hetairas, y brindaré por todos con un buen espumante catalán.
¡Dicha… salud…
vida… telón!
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