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Inventario
Por Giovanny Cruz Durán
Ha poco el buen amigo, gran escritor y Premio
Nacional de Literatura Marcallé Abreu me escribió, en una muy breve nota, que juzgaba obvio que yo era un hombre muy feliz, que disfrutaba plenamente de la vida. Ciertamente. Desde hace algunos años decidí
ser eso... intensamente feliz. Motivos sobrados tengo para serlo.
En estos días han estado exigiendo que los funcionarios públicos presenten el inventario de sus respectivos bienes. Lo han hecho, muchos entre premonitorios engaños. Aunque no soy funcionario, voluntariamente presento declaración jurada de todos mis bienes.
Tengo:
—Tres extraordinarios hijos que quienes
se precien de sensibles deben envidiarme. Dos hermanos y una madre que me
tratan olvidando el semidiodato conquistado. Cuatro nietos adorables. Un montón de amados primos y sobrinos.
—Una buena biblioteca, que como tal he
construido paso a paso y de la cual he sacado los libros de Coelho.
—Un perro fila y dos cuyas razas aún investigo; pero que son tan fieles como el fila.
—Una casa grande, de tres niveles aunque
con poco espacio, porque estos han sido ocupados por la poesía.
—Algunos hechizos en tres de mis
rincones. Y espejos en los cuales procuro descubrir el verdadero rostro del
Otro, furtivo como pensamientos que deambulan en mis laberintos interiores o como el amor de las putas parisinas.
—Docenas de puertas y ventanas para que
el día no tenga excusa alguna para no entrar en la casa cuando llega la mañana.
—Amigos entrañables que se turnan para
pasar por mi vida, constantes como los trenes.
—Excelentes enemigos. Y, partiendo de lo
que me dijo al oído Marguerite Yourcenar de que las personas más fieles a uno
son los enemigos, la calidad de nuestras respectivas vidas se mide por las
calidades de las de ellos. Recientemente he tenido, lo admito, una caída. Me he
procurado dos nuevos enemigos cuyas mediocridades y falta de talento, los hacen
carroñeros despreciables.
—Varios libros publicados y unos cuantos
aún por publicar. En ellos he dejado un poco más que testimonios, sudor y
sangre.
—Investigaciones históricas y literarias
que me producen un selectivo insomnio: ¿Shakespeare
escribió realmente las 36 obras que se le atribuyen? ¿El descubridor del Nuevo
Mundo fue Colón o Sánchez de Huelva? ¿Lo hicieron antes los vikingos? El Descubrimiento
fue realmente una empresa de los templarios? ¿Duarte merece todo nuestro
reconocimiento? ¿En cuando a noticia, alguien puede disputarle a María Félix
haberse robado el Siglo XX? ¿Quién era mejor en la cocina: Miguel Ángel o
Leonardo? ¿Finalmente la empanada es argentina o uruguaya? ¿Son los luases y
metresas una generación que ha descubierto un puente entre dos muy extrañas
dimensiones? ¿Un punto de encuentro entre Shakespeare y Cervantes? ¿Como conciliar a Dios y al hombre en el universo de la Física
Cuántica?
—Cuatro excelentes matrimonios con
distintas y bellísimas mujeres (sólo cuestionables en la escongencia de marido). Todos esos matrimonios acompañados por sus
cuatro, también excelentes, divorcios de rigor. Si no, el ciclo y la felicidad fueran
incompletos.
—Más de dos, en mis 63 años, amantes ocasionales. Mismas
infidelidades. Algunos corazones desmigajados y cientos de juramentos de amor jamás honrados.
—Copas por montones para servirme
infatigables tintos italianos y cavas catalanas.
—Los vehículos necesarios y el
arrepentimiento por alguna vez haber comprado un Lada.
—Un bar, tres zaguanes y dos esquinas en
los cuales poder contar historias.
—Los viajes realizados y los que aún
tengo pendientes.
—Un ordenador Mac al que he llamado LaGata.
Mi relación con ella es casi sexual en estos momentos. Pero juro que es
absolutamente discreta y confiable.
—Una vieja amistad con Camus, Tolstoi y
Paul Éluard. Hago aquí un aparte para confesar una mentira: no es cierto que
jamás he probado drogas prohibidas. Cada vez que leo y releo algo de estos tres
escritores, me doy un tremendo pase literario cuyos efectos duran meses.
—También tengo como bienes proclamados
una palabra muy precisa, una profunda mirada de escorpión militante, un obsesivo
fanatismo por las Águilas Cibaeñas y adoraciones encandiladas por Edith Piaf,
Mercedes Sosa, la inglesa Adele y mis viejos compañeros de aventura como fueron
los muchachos de Jethro Tull.
—Poseo tres geniales espacios para
cocinar. Sólo allí puedo ahora practicar mis conocimientos de Química.
—Un viejo corazón que, aunque con ciertos
extraños ronquidos, se empeña (con ayuda de un médico llamado José Luis) en
caminar.
—Dos amigos (Esperanza y Osiris) que todos
los años me regalan células madres procurando hacerme eterno.
Padre, perdóneme por los pecados que he olvidado
y no he logrado, en consecuencia, inventariar. No creo tener tiempo de esperar para que estos lleguen a mis neuronas. Es que hay alguien en el patio de mi casa
que me recuerda, a gritos, que es el minuto de pedir... ¡Telón!
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