El último instante de Guillermo y Carlota
Por Giovanny Cruz.
¿Guillermo Cordero director teatral?
Lo es. Y muy bueno. Mejor que muchos que
vivimos complacientemente alabando.
Es probable que no pocos se hayan
sorprendidos al leer en los medios que Guillermo Cordero iba a dirigir la pieza
teatral de Franklin Domínguez “El último instante”.
No me pongan en ese grupo. Sé, desde
siempre, que Guillermo es un artista académico, formado como director
internacional de eventos escénicos.
En mi condición de director teatral identifico
en la puesta en escena de Cordero, códigos que sólo corresponden a un genuino
realizador teatral.
He salido tan entusiasmado de la
representación de “El último instante”, que me sentiría ofendido si le regatearan
a Guillermo la calidad alcanzada en esta puesta en escena o se desdibujara en mezquindades
circunstanciales el nivel logrado.
En perfectas complicidades Guillermo y
Jeymi Díaz logran una escenografía austera, hermosa y espectacular. En la obra
se rompe, en la Sala Ravelo, con el ya hastiante aposento; sin dejar de estar
en un aposento. En la propuesta escenográfica de la obra, se logra una
atmósfera brechtiana de profunda estética. Es justa y hermosa la escenografía
que Cordero conceptualiza. Además, Guillermo
y Jaymi aportan, al final de la obra, una espectacularidad nunca antes vista en
la Sala Ravelo.
El caso del diseño de luces amerita una
ponderación especial. Bienvenido Miranda y Guillermo Cordero convierten las
luces del evento teatral en un tremendo logro artístico. Las paredes, sólidas y
blancas, de la escenografía se semi transparentan para que los espectadores no
tengamos dudas del encierro de la Noemí caracterizada por la inmensa Carlota Carretero.
Pero todavía las luces conceptuales de la realización escénica nos dicen mucho
más. La iluminación de los intersticios constituyen el exterior presente de la
obra. Todavía más: Guillermo y Bienvenido juegan con nuestra imaginación al mostrarnos,
a través de sus luces, qué ocurre en el cerebro de la ex prostituta y hoy
enferma mental Noemí-Carlota.
No conforme aún, las luces muestran una tercera
realidad cósmica: Dios penetrando el universo particular de la Criatura. Pocas
veces he visto en el teatro nuestro una utilización tan eficiente y hermosa de
la iluminación. Como director teatral confieso algo de envidia.
El texto original de la obra no es
realmente una obra maestra. No. En él hay lagunas y reiteraciones verdaderamente
insoportables. Pero, Guillermo Cordero y Carlota Carretero despojan al texto de
muchas de sus imperfecciones y nos muestran una historia coherente y bastante entretenida.
Este es uno de esos muy escasos instantes teatrales en los cuales la puesta en
escena supera al texto.
Ahora, el gran acontecimiento escénico,
el gran momento, el suceso artístico es, sin dudas, Carlota Carretero.
He dirigido a esa actriz en trece obras
teatrales. La he visto interpretando más de cuarenta personajes. Este es uno de
los mejores que ha presentado a sus espectadores. Lo que la Carretero hace frente
a nosotros, es una exhibición de maestría actoral en cualquier parte del mundo.
Aseguro a los lectores de esta crónica, que pocas veces verán en una escenario,
local o internacional, un momento actoral de esta dimensión.
Cuentan que los antiguos actores griegos
lograban transformaciones tan proteicas, que alteraban hasta sus composiciones físicas.
Para mí eso siempre pareció un mito. Ahora lo creo. Al ver a Carlota en “El
último instante”, asumo como verdad que un actor pueda lograr la transformación
absoluta del cuerpo y del alma. Aunque me cueste admitirlo, he sido testigo de
eso.
Guillermo Cordero y Carlota Carretero: gracias. Han logrado renovar mis
votos teatrales. El Arte, su belleza y profundidades me han sido bien servidos.
Nunca olvidaré esto. Agradecimiento eterno.
¡Qué miserable me siento al tener que
decir desde mi particular biblioteca...
Telón!
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