Un adelanto acostumbrado...
Acostumbro, y tengo demasiado respeto por la cábala para cuidarme de nunca evadirla, publicar en La pasión Cultural uno de mis relatos antes de enviar el libro completo a imprimir.
He concluido un libro al que titulé "La parca que espera en el camino" (en el cual agradezco gentilezas del poeta Tony Raful, del escritor Armando Almánzar Botello, la actriz Laura Guzmán Sirí y el del comunicador Onorio Montás.)
El libro cuenta con trece cuentos (¡13 desde luego!) que giran en torno a la parca. He procurado (espero haberlo logrado.) que tengan un agradable sabor anecdótico y, en algunos casos, una buena dosis de humor negro.
Como ya declaré, el libro empieza con un cuento, casi una vivencia personal, sobre la difunta más famosa del país: Alicia Quírico. Más famosa aún que la elegante señora que aparece en la carretera de la montañosa y fría Constanza o en la reverdecida autopista del Cibao, con la cual nos topamos una noche mi hermano Andrés Modesto Cruz y yo.
Como los plagios, y sus consecuencias están en el país a la orden del día, declaro para evitar terminar hoy mismo en la chirola, que las imágenes que aparecen en esta entrega las tomé "prestadas" de Taringa. Las trece que ilustrarán el libro ya están siendo pintadas por mi hija Renata Cruz Carretero.
Para evitar que la gente de Alfaguara (o cualquiera que vaya a publicar los relatos) me asesinen por estar contando estos asuntos, publicare hoy el cuento "Muertos... de la risa". Luego me informan cómo les resultó.
G.C. D.
Las tres parcas |
Muertos...
de la risa
“A
menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo
ataúd.”
Alphonse
de Lamartine.
Aquellas
noche era fresca, lo que no era algo habitual en las provincias del
Sur de la República Dominicana, excepto en San Juan de la Maguana.
Así es. El clima es regularmente agradable en San Juan, considerada
el granero del Sur. La región donde sitúo este relato, antes de la
llegada de los colonizadores españoles, pertenecía al poderoso
cacicazgo de Maguana, en el que era cacica la hermosa e inteligente
Anacaona, primera mujer juzgada, sentenciada y ahorcada del Nuevo
Mundo.
Si.
Era fresca aquella noche sanjuanera. Mucho más en el lugar donde se
encontraba Nicole Mella: en la funeraria más importante de toda la
provincia. Es algo curioso, pero por más calor que haya en cualquier
pueblo del Caribe, son frías sus funerarias.
Nicole
Mella era una menuda muchacha pueblerina de agraciada e ingenua
carita redonda. Ella misma aseguraba ser “una
carajita de lo más encantadora”.
No
estaba muy segura de lo que hacía en aquella funeraria. Seguramente
fue una broma de sus amigos que la llevó hasta allí, aunque no
recordaba todas las circunstancias. Recordaba haber bebido bastante
la noche anterior acompañada de su novio, familiares amigos y
amigas. Participaba en una divertida y concurrida despedida de
solteros: la suya. Efectivamente, hoy se casaría con el único
hombre que en verdad había amado en su corta vida: Armando Paulino.
Lo conocía desde muy pequeña. Habían estudiado juntos, vivían uno
al lado del otro, se hicieron novios de personas distintas
prácticamente al mismo tiempo, rompieron con sus respectivas
relaciones en la misma semana y se enamoraron y comprometieron en su
único tiempo disponible. Ambos estudiaron en la Universidad Autónoma
de Santo Domingo. Él Veterinaria y ella Agronomía. Aunque ambos
tenían apenas unos meses de graduados, ya trabajaban en las modestas
empresas de sus respectivas familias. Decidieron casarse temprano
para “no
desperdiciar mucho tiempo de sus vidas”.
Nicole
suponía haber bebido bastante en la fiesta de despedida de soltera,
que se emborrachó y que el novio y los amigos decidieron hacerle la
macabra broma de abandonarla en la funeraria donde ahora se
encontraba. Era algo que ella misma había hecho a otras amigas en
circunstancias semejantes. No tenía miedo. Claro que no.
—Los
muertos impresionan, pero no pueden interactuar con los vivos
—siempre decía la muchacha a sus relacionados.
Al menos eso creía, o deseaba creer, en aquellos momentos. No sabía
la hora que era porque, al parecer, había perdido su reloj en la
juerga en la cual participó. De pronto escuchó una risa que por
poco le congela la sangre en el interior de sus venas. Todo estaba
oscuro, muy oscuro, había un silencio como de muerte y de repente
éste es interrumpido por la risa escalofriante de un... vivo.
Así
es. Un joven, bien vestido y sentado en una silla de uno de los
salones fúnebres, se reía hasta desternillarse. Después de la
impresión de la sorpresiva risa, algo le hizo confiar en aquel
agradable joven. Definitivamente muerto no estaba. Alguien que reía
de la forma en la que él muchacho lo hacía no podía estar muerto.
Vivo. Muy vivo estaba aquel tipo. Se le acercó despacio. No quería
que él, suponiendo que ella fuese un cadáver, muriera de un
espanto.
—No
vayas a asustarte. Aunque te parezca raro... no soy un fantasma...
—dijo la menuda muchacha a manera de presentación.
—¡Pues
yo si soy uno! —fue la estúpida respuesta de aquel joven.
—¡Queeeeeé!
—casi muriendo de miedo gritó Nicole Mella. Pero antes de que
cayera desfallecida en el piso, el joven explicó...
—Bueno...
lo estaba... quiero decir... que lo estaba... pero que ya no lo
estoy... creo. Creo que nunca lo estuve, pero parecía estarlo.
La
turbación era grande. Sin embargo, inexplicablemente, en lugar de
aterrarse los dos volvieron a reír.
—Bueno,
hermano, usted va a tener que explicarse rápidamente antes de que me
orine de terror aquí mismo.
—Lo
haré. Lo haré antes de que vayas a mearte en un salón elegante de
una funeraria. De ningún modo queremos eso. Ocurre que desperté de
repente en el cuarto frío de este lugar rodeado de cadáveres
verdaderos. Pensé que alguna broma de amigos me había traído hasta
aquí; pero, me dije, que ninguna persona que me estimara me
abandonaría vivo en un cuarto frío, donde existía un alto riesgo
de congelarme y morir de verdad. No tengo enemigos, que yo sepa, y
estoy vestido como para una boda... o como para un entierro. Eso me
hizo concluir que seguramente me morí en realidad y he revivido.
—¿No
se te ocurrirá decirme ahora que eres Lázaro o Jesús regresando
del mundo de los muertos aquí en San Juan de la Maguana? —dijo un
tanto divertida la encantadora Nicole.
—No
soy tan engreído para creerme esa gente —respondió el joven—.
Lo que pienso es que sufrí un ataque de catalepsia. Mi familia pensó
que estaba muerto y se dispuso a velarme y a enterrarme. Ahora soy un
muerto revivido que en realidad nunca estuvo muerto. Al menos no bien
muerto.
Nuestros
agradables jóvenes guardaron un silencio ritual por unos segundos y
luego rieron otra vez desternillados.
—¿Imaginas
el susto que se llevarán los empleados de la funeraria, tus
familiares,
amigos
y allegados cuando descubran que su muerto y llorado está muy vivo?
En
realidad el asunto resultaría complicado de explicar o digerir. Hay
personas, en casos semejantes, que han muerto fulminado ahí mismo por un infarto. De todos modos, seguramente, nuestro “difunto”
prefería estar vivo que preocuparse ahora por el impacto que
producirá la noticia entre aquellos que volverían temprano a
llorarlo, a rezar y luego a enterrarlo en una caja gris no muy
lujosa.
—¿Y
cómo lograste salir del cuarto frío? —preguntó Nicole.
—Por
la puerta —tontamente respondió el muerto resucitado.
—¡Idiota!
Claro que saliste por la puerta. Pero... ¿como? —preguntó otra
vez Nicole en medio de su inextinguible risa.
Aquel
Lázaro sanjuanero, por más esfuerzo que en ese sentido hacía, no
lograba imprimirle seriedad a sus respuestas y de todo, también, con
la muchacha a su lado se reía. Explicó alegre, a la alegre Nicole,
que la puerta del cuarto frío donde debía congelarse no tenía el
seguro y pudo salir de la fría habitación sin ningún problema.
Supuso, en medio de su risa, que dejaban la puerta del cuarto frío
sin seguro por si un muerto deseaba irse a dar una vuelta por ahí
antes de ser enterrado.
—Bueno,
hermano, vaya preparando un buen discurso. Palabras muy precisas va
usted a necesitar —dijo la divertida Nicole.
—Por
supuesto. Pero no pienses que lo tuyo va ser fácil de contar. ¿Haber
amanecido acompañada de un fantasma no es algo que pueda ser
fácilmente explicado y aceptado por los tuyos. A propósito ¿como
te llamas? —preguntó el “resucitado” a la jovenzuela con la
cual compartía aquella funeraria.
Nicole
extendió su mano derecha para protocolariamente presentarse; pero no
pudo hacerlo porque las dos mujeres de la limpieza acaban de entrar
en el salón donde ella y el “muerto” se encontraban. A Ambos les
sorprendió bastante que las dos mujeres ni se inmutaran por la
presencia de ellos dos.
—Laura,
empecemos por limpiar las cajas. Los familiares de los recién
casados están a punto de llegar a llorarlo —dijo la más gorda y
mayor de las dos mujeres.
—Una
ha visto muchos muertos aquí y está acostumbrada; pero este caso
nunca lo vamos a olvidar. ¡Empezar una pareja su luna de miel y
pendejamente perder la vida porque explotara el tanque de gas propano
que, para economizar, le instalaron a su camioneta! ¡Una pena! ¡Este
un mundo es una porquería! —dijo la otra mientras lanzaba un
escupitajo en el suelo, al que enseguida pasó un paño húmedo.
Nicole
y aquel joven se miraron. ¿Habrían acaso comprendido que ahora su
destino era permanecer juntos hasta que... sus reencarnaciones los
separe? Cabe pensar que no, porque él hizo un simpatiquísimo y
tonto chiste a costilla de la joven:
—¿Tú
sabes lo que suelen decir a las Nicole? Ni col, ni lechuga, ni
tomates, ni berenjenas...
Y
volvieron... ¡a morirse de la risa!
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