Soy
adicto...
Me
confieso adicto a la Alegría.
Y al poema.
Y al poema.
Y
a la palabra construida.
Y
a la palabra articulada.
En
fin: a la Palabra.
Aprendí
con los griegos
a
disfrutar la belleza atrapada en el cuerpo,
a
escuchar la otra música que nació en el ditirambo
que
un tal Arión, una mañana, comenzó a titular.
Aprendí
con ellos a creer en utopías
y
a descifrar códigos secretos en los ríos de Heráclito.
Aprendí
en Roma
—cuando
era un romano—
a
dejar que la idea naciera,
creciera
y
deambulara por ahí.
Permití
a las romanas bailarme desnudas
en
las noches lúdicas,
licenciosas,
perniciosas.
Aprendí
el Arte
de Amar con
el poeta Ovidio.
Cantarle
al amor me lo enseñó el propio Paul Eluard.
Sin
embargo,
a
amar lo aprendí antes con Gibran,
que
celebra siempre la cantidad de vocablos
que
tenían los árabes para decir... Amor.
La
Retórica la conocí por Séneca.
La
rebeldía me viene de un muchacho nacido en Nazaret,
a
quien indicaron una cruz como destino.
Miguel
Ángel en una taberna quiso pintar mi cara.
Me
negué porque estaba despeinado.
Las
primeras danzas las bailé en el Congo
poseído,
quizás, por una de sus diosas.
Pero
el Verbo
me
llegó hace poco.
Hube
de esperar que naciera Borges
que
lo descubrió una vez en la lengua de los ciegos.
La
copas primeras de vino
me
las brindó Dante en sus cálidos infiernos.
El
gusto por la casa
lo
adquirí en el Orinoco
antes
de llegar a las montañas del Sur.
La
ternura es un legado de los eternos taínos.
Mis
primeras canciones fueron areytos.
Y
Yucahú Bagua Maorocoti el primero de mis dioses.
El
asombro ocurrió en el sagrado mayohuacán,
en
el redoblante español,
en
la maraca taína,
en
la guitarra andaluza,
en
la marimba africana,
en
el acordeón alemán
y
en los cómplices espejos que devuelven
las
furtivas miradas del Otro.
He
tenido miedo de viajar a Venecia;
luego
de su serena belleza no habría nada para disfrutar.
Tengo
pendiente llegar hasta Marruecos,
a
procurar una mano milagrosa en un solar de Casa Blanca
y
con ella deshojar siete de sus rosas.
Whitman
me convenció
“que
una hoja de hierba no es menos que una jornada laboral de las
estrellas.”
Como
adicto a la alegría
"Yo
me celebro y yo mismo me canto,
y
todo cuanto es mío también es tuyo,
porque
no hay un átomo de mi cuerpo que no te
pertenezca."
pertenezca."
Hay
quienes nacen con la música por dentro,
hay
quienes nacen con la maldad adentro,
hay
quienes nacen con la envidia dentro,
hay
quienes nacen con la poesía adentro,
hay
quienes nacen con el deseo adentro.
Soy
un incurable que nació con la Alegría
en
intrincados laberintos interiores.
La
Alegría desbordada,
la
bullanguera,
la
festiva,
la
cimbreante,
la
saltarina,
la
permanente,
la
exorcisadora de tristuras,
la
espantadora de demonios,
la
que celebra las mañanas
y
despide a la luna con dulces ademanes.
Una
Alegría así es enfermiza
—lo
reconozco—,
contagiosa,
peligrosa,
y
definitivamente adictiva.
Aléjense
de mi...
no
tengo cura.
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