Hace un tiempo me llamaron de una de mis editoras, solicitando recomendar dos libros para ser leídos en viajes largos. Mis recomendaciones serían publicadas en un diario de circulación nacional.
¡Qué bien: lectura para viajeros!
—¡Eso es un paño con pasta! —me dije. Y me dispuse a complacer la petición de la editora con la celeridad del rayo.
¡Vaya usted a ver! No me resultó nada fácil escoger dos obras para recomendar y resumir el suceso en unos cuantos párrafos. Cientos de ellas pasaron por mi mente.
Me pregunté en la ocasión:
—¿Empiezo por las sencillas novelas "Recuerdos" y "La Sonata a Kreutzer"; de Tolstoi? ¿Podría ser el libro de relatos de Albert Camus "Al revés y al derecho? ¿Y por qué no recomiendo mejor "El jugador"; de Dostojevski? ¿Debería estar entre mis recomendaciones "Muerte en Venecia"; de Thomas Mann?
A estas alturas de las interrogaciones estaba sumamente angustiado. Por supuesto que no pude conciliar el sueño hasta que logré elegir y resumir las dos piezas que recomendaría. Pero antes de hacerlo barajé mentalmente varias obras que podrían ser leídas por apasionados viajeros:
—La gran novela de Carlos Esteban Deive "Viento negro, bosque del caimán", que ese Premio Nacional de Literatura, y buen amigo, ambienta en la época de la Revolución Francesa; aunque su acción fundamental ocurre en las colonias de entonces de esta isla nuestra. El manejo de Deive del lenguaje, de la negritud y de la religiosidad popular es magistral en dicha novela.
—Una buena lectura (hermosa, mágica y apasionante), podría ser dos libros de Tony Raful: "Danza del amor y otros mandalas" y "Mirándote bailar". Leerlos resultaría refrescante y constituirá una magnífica experiencia literaria-espiritual.
—Pensé en la exquisita novela corta "Aguas primaverales"; de Iván Turguénev. Siempre será, en su género, una de mis preferidas. ¡Cuánta dulzura y delicadeza, caramba!
—Estuve a un tris de recomendar la también exquisita y aleccionadora novela "Ernesto Maltravers", de E. Bulwer Lytton: "Un artista es como un Estado, que debe hacer la guerra o la paz según convenga a la Diplomacia del Estado."
— Consideré que no podía dejar fuera de las recomendadas a la novela que llamo crónica del amor y la esperanza. Me refiero a "El amor en los tiempos del cólera"; de García Marquez.
—Pero de repente recordé a uno de mis escritores rusos favoritos (hasta solté unas lagrimitas cuando en una ocasión me paré frente a su tumba): Nicolai Gogol, del cual aún los rusos no se ponen de acuerdo si tildarlo de representante de la escuela naturalista de Bielinsky o el precursor declarado de tendencias romántico-grotestas. Una novela suya, ideal para un viaje interior, podría ser "Almas muertas".
—Aunque es extensa, y hasta de acción un tanto truculenta, no tendría la cachaza de dejar fuera de mis pre recomendadas a "El péndulo de Foucault" ; de Umberto Eco. Al lector viajero, pensé, podría interesarle el perenne tema de Eco: Los templarios. Ya veremos.
—El irreverente Henry Miller no se puede quedar fuera. ¡Claro que no! Pero... ¿qué vaina de él recomiendo? La trilogía de "Nexus", "Plexus" y "Sexus", podría ser. Pero él tiene otra trilogía igualmente apasionante: "Trópico de Cáncer", "Trópico de Capricornio" y "Primavera Negra" (el arte no se hace en el corazón, se hace en la cabeza). ¿Por cuál de todas me decido?
—¡Pero bien podría ser la crónica habanera de la relación de un narrador con una jovenzuela de 16 años llamada Estela: "La ninfa inconstante"; de Cabrera Infante! El escritor y amigo Carlos Francisco Elías me la había traído desde España, hacía apenas unos tres meses. Es una buena novela, de publicación póstuma, del escritor cubano que ganó El Cervantes en 1997. ¿Pero logró en la novela de marras el nivel de "Tres tristes tigres" y de "La Habana para un infante difunto"? No creo.
Estaba seguro que podría suicidarme si no ponderaba a Carlos Fuentes ("Zona Sagrada"); Marguerite Yourcenar ("Memorias de Adriano"); Alejo Carpentier ("El siglo de las luces"); Stendhal ("Rojo y Negro"); Virginia Woolf ("Una habitación propia"); Tony Morrison ("Jazz"); a Walter Scott ("El pirata") y José Enrique García ("Una vez un hombre").
En cambio, estaba seguro que sería asesinado si no recomendaba a "Bacá" (de Manuel García Cartagena), "Ritos de cabaret" (de Marcio Veloz Maggiolo), "Santa Evita" (de Tomás Eloy Martinez) y "Todos los fuegos el fuego" (de Julio Cortázar).
¿Y los poemas de amor de Paul Eluard se iban a quedar fuera? ¡Nooooo!
"Te amo por todas las mujeres que no he conocido. / Te amo por todos los tiempos que no he vivido. / Por el olor del mar inmenso y el olor del pan caliente. / Por la nieve que se funde por las primeras flores. /
Por los animales puros que el hombre no persigue. / Te amo por amar. / Te amo por todas las mujeres que no amo.
¡Carajo! Estuve a punto de no ponderar —¡imperdonable!— a Vargas Llosa, Paul Valéry, Álvaro Mutis, Ovidio, J. L. Borges, Andrés L. Mateo, Jorge Amado, Jorge Edwards, Pombo; entre cientos de excelentes escritores.
Ya eran las cuatro de la madrugada y estaba física y mentalmente cansado. ¡Demasiado esfuerzo cerebral para este limitado humano! Por eso decidí posponer la selección final para el día siguiente. Fui a bañarme y luego me acosté. Siete minutos después me senté nuevamente frente a mi ordenador personal (La Gata) a escribir los nombres de mis dos recomendaciones:
"Cristo de nuevo crucificado";
de Niko Kazanntzakis, publicada en 1954.
Niko Kazantzakis, en su inconfundible estilo sencillo, de lenguaje directo y profusión de diálogos nos presenta una anécdota apasionante.
Licovrisí es una aldea de griegos, pero gobernada por turcos, que representa cada siete años la Pasión de Cristo. Eligen entre los habitantes de la aldea a aquellos que más se identifican con cada personaje de la historia que conocemos sobre Cristo. Luego de haber distribuido los personajes irrumpe en la aldea un grupo de griegos pobres y harapientos, quienes, por temor al contagio, son expulsados del pueblo. El grupo se ve obligado a refugiarse en cuevas de un monte cercano: Sarakina.
En la medida que la representación se organiza los intérpretes de los personajes bíblicos, protagonistas y antagonistas, van asumiendo las características de los personajes reales. Y, coma cabría de esperarse, las situaciones parecen repetirse en su particular trama. Todas las pasiones, dudas, quereres, rencores e injusticias vuelven a señorear en el lugar hasta culminar en un asombroso, y aleccionador, desenlace.
“El Diablo”; de León Tolstoi.
Es una novela corta cuyo título original es en latín: “Diabolus”. Es la historia de un joven ruso, Yevgueni, que hereda una arruinada propiedad en el campo, que el intenta rescatar. En medio de todos los trajines para salir a flote el protagonista es asaltado por pasiones sexuales terribles. Estas le llevan a conquistar a una campesina, casada, de nombre Stepanida. Pero, de regreso en Moscú, y ya bastante recuperado de la ruina económica, contrae matrimonio con una mujer de su nivel social. La cual no puede darle un hijo ni la felicidad deseada. En cambio su amante del campo si logra concebir. Finalmente su esposa lo hace y, debatiéndose enfermizamente en sus dos pasiones, el joven protagonista entra en total desesperación.
Como es costumbre en Tolstoi, lo más importante de sus historias en el estudio del alma y de la psiquis humana. En “El Diablo”, obra que cuenta curiosamente con dos diferentes finales, el hombre es envenenado inevitablemente por sus propias pasiones, las cuales finalmente dispondrán de él.
Ahora sí podía regresar a mi cama y dejar correr el... ¡Telón!
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