Hace unos cuantos días que no publico nada mío en esta La pasión Cultural. No he podido hacerlo porque estoy trabajando en varios proyectos escriturales que atrapan cada espacio de tiempo del que dispongo. Tanto, que quisiera poder colocarle unas cuantas horas al día.
Uno de esos proyectos se titula: “Areytos:
cantos sagrados del cielo y la tierra”
Se trata de un conjunto de poemas, escritos en español pero salpicados con
términos taínos, a los que situó entre la epopeya y la ternura,
los cuales construyo con la cacica Anacaona en primera persona.
Anacaona,
primera mujer juzgada, condenada y ahorcada en el Nuevo Mundo; era
una delicada poeta oral de Haití (La Hispaniola). Los primeros cronistas del Nuevo
Mundo resaltan su extraordinaria belleza y sus grandes dotes de poeta
oral. Los areytos (muchos de los cuales duraban varios días) eran
cantos sagrados que los habitantes de las islas caribeñas dedicaban
a sus bondadosos y dadores dioses.
Pues resulta que la cacica
Anacaona, cuyo nombre en taíno (Flor de Oro) entrañaba en si mismo
poesía, era la mejor creadora de los areytos. Por eso coloco esta
tierna y justiciera epopeya en su digna voz.
Presento
esta obra poética, de episodios y mitos taínos, como un sentido
homenaje a esa raza exterminada, a sus nobles caciques, a sus guamas,
nitahinos, naborias, dioses y, sobre todo, a la hermosa e inteligente
Anacaona; una reina indígena que hizo lo indecible para salvar a su
pueblo y para preservar su Cultura. Como no pudo hacerlo, prefirió
irse a reunir con su gente, que la esperaba impaciente, en las
cavernas Coibai.
El libro en cuestión, que será ilustrado por el artista e investigador histórico Cristian Martínez, cuenta con nueve areytos. Para avanzarles un poco del asunto, les presento el fragmento del I y el VII completo. Leánlo y después, si gustan, me cuentan su experiencia.
Areyto
I:
...la
historia contada por la flor y el oro
¿Acaso
es el tiempo un camino pedregoso
que
recorre, presuroso, la pequeña Vida
hacia
su hermana mayor... la Muerte?
...y
primero fue Lucuo...
Voy
a robar palabras a unos difuntos
y
a los vivos un poco de su tiempo.
Para
hablar voluntariamente he regresado,
sobre
asuntos de la Vida... y de la Muerte.
Casi
todos los pueblos emergen de la noche
y
sin saber.
Los
taínos, en cambio, venimos con la ciencia,
con
el fuego y por el Güey
—luz
eterna de todos nuestros días—
caminando
alegres hacia las cortes tureyguá
que
es otra forma de nombrar la Vida.
Lucuo,
el solitario,
fue el primero por el mundo en caminar
y hacerse viejo sin ningún contemporáneo.
Pero
un día, casi de noche, llegaron cuatro hombres,
seguro adelantándose a una fila.
Esos
hombres que siguieron al Primero,
salidos
de su singular ombligo, fueron:
Racumón,
padre de todas las estrellas;
Savacú,
el hacedor de las lluvias;
Achinao,
amo absoluto de los vientos
y
Coromo, soplador de tempestades.
Cuando
Lucuo se fue para siempre a la Caverna
dejó
en su jardín maíz, ñame y la yuca,
que
hasta acabarse en nuestro mundo fueron
únicos
alimentos de los hombres;
los
que hambre padecieron al no saber
cómo
el jardín del Primero cultivar...
Areyto
VII:
...para
despedir un cacique hijo del trueno
Se
hizo nuestro después de ser ciguayo,
vino cubierto de misterios y remando una canoa,
llegó
a Maguana para enseñar a hacer la guerra.
Nadie
fue más fuerte que este hombre
hablando
o en los esfuerzos realizados.
Pronunciaba
las palabras repitiendo al trueno,
aunque
yo sabía que era un dulce manicato.
Al
pasar muchas Nonún fue cacique en la Maguana
y
se hizo amar de la hermana de Bohechío,
que
al este morir a ella hicieron cacica de Xaragua.
Caonabo
fue el primero, como un rayo,
que
dijo —¡No!— al arijuna.
Fue
el primero, también, en quemar a un español
—un
tal Escobedo—,
que
había violado el territorio de su reino
y
a una de sus mujeres en la Yaguana.
Fue
el primero en encender la casa grande
que
el arijuna llamaba La Natividad.
Combatió
sin miedo y siempre sin engaños.
Derrotarlo
en combates nunca pudieron.
Para
hacerlo usaron una de sus tretas
cuando
aceptó hacer la paz con Guamiquina.
El
cacique arijuna sintió miedo
de
medirse frente a frente a Caonabo,
por
eso fue Ojeda quien el acuerdo realizó.
Convencieron
al caciquede de entrar a La Isabela
sin sus intrépidos guazábaras
y
colocaron en sus brazos una prenda que dijeron
nada
más acostumbraban a usar otros iguales.
—¡Qué
tontos resultamos ser!—
Eran
fuertes grilletes de los que nunca
pudo
el poderoso cacique liberarse.
Celebraron
su captura haciendo una fiesta
y
lo encerraron en el caney de Guamiquina.
Cuando
este fue donde el cacique,
sentado
con sus grilletes en el suelo,
Caonabo
no quiso ni mirarlo;
sin
embargo, al Ojeda
el
cacique con respeto si le habló.
Dijo
que ese honor a los valiente se le otorga,
lo
que era Ojeda al ir a Niti a procurarlo
aún vestido con mentiras y de engaños.
Intentaron
llevar al cacique a tierras lejanas,
donde viven grandes jefes arijunas.
Al
valiente Caonabo, entonces,
amarraron de palos para el viaje;
pero
no pudieron evitar que en el trayecto
el
trueno de Maguana invocara
a tres de nuestros dioses poderosos :
¡Macocael,
Dios vigilante y sin párpados;
Guabonito,
que habitas en medio de la bagua;
Coromo,
hijo de Lucuo, Señor de tempestades;
no
permitan que llegue yo a la tierra arijuna!
¡Desaten
sus furias contra este bohío flotador!
¡Destrúyanlo
y húndanlo en aguas intranquilas!
¡Prefiero
morir ahora que vivir sin mis honores!
¡Prefiero morir ahora que vivir sin mis amores!
¡Prefiero morir ahora que vivir sin mis amores!
No
pudo el dios arijuna contener la ira lanzada
por los dioses que el cacique convocara;
su
barco de madera y de algodón,
y
todo lo que sobre él se transportaba,
fue
tragado de un bocado por
los vientos
con furia por los dioses desatados
y
por las saladas aguas sublevadas.
La
bagua ha sido desde entonces
la
tumba del recio cacique,
que
vino a esta isla siendo otro distinto
para
convertirse aquí en uno de los nuestros,
para
aquí conquistar, con otras mañas,
el
delicado amor de esta cacica.
¡Bravo
y tierno cacique de Maguana,
me
hubiera gustado despedirte
con
los cantos y los honores merecidos:
corona
de oro y rojas plumas en tu cabeza,
una
guiza de saborey con una joya en la nacán,
en
tu pecho vigorozo el mejor de tus guanines;
improvisar,
amorosa, mis mejores areytos,
sentarte
con tus armas dentro de la tierra...
y
acompañarte!
¡Caonabó,
nanichi y esposo mío,
nos
convocó al amor un lazo invisible y misterioso
que
aunque se siente no se puede explicar;
era
un rito entre los dos maravilloso y ardiente,
para
el que nunca fue suficiente nuestro tiempo!
¡El
final de los vivos está sobre la ciba,
o
sobre la tierra,
menos
el tuyo que quisiste volverte mabuya,
en
el fondo del gran río que los dioses hicieron
con
sus lágrimas sagradas de agua y sal.
Al
saberte entre los muertos lamenté no haber podido
cerrarte
los ojos con mis manos
besarte
con ternura en la cimú,
como
tanto lo hubiéramos querido!
¡Por
eso dejé llorar al corazón
muchas, muchas, Nonún después!
muchas, muchas, Nonún después!
¡Duerme
tranquilo, no le grites a nadie donde estás;
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