La Princesa de Ukok
y el pueblo escita
En varias ocasiones he tocado el tema de los misteriosos escitas. Al
parecer he sido designado por sus dioses (¿o acaso por sus muertos sepultados
bajo el hielo y siempre mirando al sol?) para no dejar que entre nosotros su legado histórico
perezca o se olvide.
Hace unos años se dispuso que la momia de una aristócrata escita,
llamada Princesa Ukok, fuera
meticulosamente traslada a Altái (Siberia Occidental, en la frontera con China), su lugar de origen, en
una trayectoria lenta pero exitosa.
Durante 15 años se debatió la conveniencia o no del traslado a casa
desde la ciudad de Novosibirsk.
Al morir, apenas
tenía 25 años de edad. Ahora su momia, muy bien conservada, tiene unos
tres mil años de antigüedad.
Muchas la llaman Princesa Kydym,
venerada actualmente como una guerrera, bruja o chaman Kydim (pueblo antepasado
de la actual Altái).
Fue hallada en 1993 en
una tumba que fue rellenada con hielo, lo que hizo posible
preservar su cuerpo, su manta de pieles, sus ropas de seda blanca finísima, sus
joyas de oro, bronce y madera, armas rituales y lo que enterraron a su lado: seis
caballos con bridas y sillas de montar, platos de carne de ovejas y caballos.
Su hallazgo derrumbó el mito de que para la época en la cual vivió las tribus
existentes no sabían procesar todavía metales.
Sus actuales devotos
están convencidos de aún no se ha logrado descifrar un tatuaje extraño en su cuerpo,
que contiene una información importante para la humanidad, porque todavía no ha
llegado el tiempo para leerla. Afirman que interrumpir el sueño sagrado de la Princesa ha sido un crimen.
Pero deseando que ella
continúe su descanso (hasta el día que decida regresar), repasemos quiénes eran
los escitas y algunos de sus misterios:
Guerreros escitas |
Eran miembros de un
pueblo nómada que hablaba una lengua irania y que aparentemente sin razón alguna
emigró de Asia Central, ente los siglos VIII y VII antes de nuestra era.
El griego Herodoto dejó
constancia de que estos nómadas procedían de las montañas del Altái, en la
encrucijada de Rusia, Kazajistán y Mongolia.
Su migración los llevó a
chocar con los cimerios (otro pueblo estepario) y a realizar incursiones en
Asia Menor (atacaron Ninivé) e incluso Egipto.
Fueron unos extraordinarios guerreros a los que el gran Darío no pudo derrotar. En Satrapa I encontré una crónica sobre
este fracaso de Darío del cual reproduzco un fragmento:
“Dudo que exista nada en la Historia Antigua que se le pueda comparar pues, si hago memoria, no se me ocurre otro ejemplo similar en el que una gran potencia sedentaria se lance a la conquista y subyugación de un vasto territorio habitado por naciones nómadas, naciones que contaban además con numerosos y combativos guerreros de a caballo. Como era de prever, el intento del persa fracasó, y poco faltó para no ser él y su ejército exterminados por sus rivales.”
Guerreras escitas |
Fueron los medos, otro
pueblo que gobernó en Persia, quienes finalmente desplazaron a los escitas
hacia el norte, más allá del Cáucaso, a las estepas de la actual Ucrania, desde
donde alcanzaron también el Danubio.
A partir del siglo IV
antes de Cristo, los escitas fueron desplazados por otros nómadas, los
sármatas.
Los escitas se
destacaron por su habilidad para la lucha a caballo (con sus flechas emplumadas
de terrible precisión), su crueldad en el combate, su uso del cannabis, y,
sobre todo, por su maestría para moldear el oro.
Grifo escita |
Herodoto nos dice que
los grifos (animales mitológicos con cuerpo de león, cabeza y alas de águila)
custodiaban el oro enterrado de los escitas, no muy lejos quizás de la
tumba de la Princesa de Ukoa, que se
adornaba con collares de piedras del Nilo.
Los arqueólogos han
encontrado tumbas de estos "centauros
de las estepas" desde las costas del Mar Negro y el mar de Azov, hasta
el bajo Dniéper; pero donde mayores hallazgos se han producido es en la cuenca
del Kubán, entre el Volga y el bajo Don.
Los artesanos escitas dejaron
auténticos tesoros de oro, plata y esa aleación de oro-plata conocida como electrum; con una especial obsesión de modelar animales reales como ciervos, caballos y pájaros, o
imaginarios, como los fabulosos grifos.
Tumbas gélidas, en la
alta Siberia, de miles de sus guerreros (montados en sus caballos con pecheras
de oro), mujeres y niños, perfectamente conservados debajo del hielo, constituyen
un misterioso secreto.
¿Por qué mueren mirando al sol?
¿Porque ese fue su real
origen? ¿Acaso es su destino? ¿O será esperando la orden de regresar?
Encontré unas curiosas
expresiones en el libro de Edouard Schure “Los Grandes Iniciados” que
podrían... ¿iluminarnos? en el tema que nos ocupa:
“Los Escitas y los Celtas encontraron los Dioses, los espíritus múltiples, en el fondo de sus bosques. Allí oyeron voces, allí tuvieron los primeros escalofríos de lo Invisible, las visiones del más allá. Por esta razón el bosque encantado o terrible ha quedado como algo querido de la raza blanca. Atraída por la música de las hojas y la magia lunar, ella vuelve allí siempre en el curso de las edades, como a su fuente de Juvencia, al templo de la gran madre Herta. Allí duermen sus dioses, sus amores y sus misterios perdidos.”
¿Por qué regresarían?
El regreso de los escitas |
Esa pregunta se ha
asentado en mi cabeza con peligrosa obsesión. Después de miles de años de vida
nómada, luego de ganar y perder cientos de guerras, luego de desarrollarse
sorprendentemente, los enigmáticos escitas decidieron regresar al punto de
partida.
Muchas explicaciones he leído sobre sus motivos; pero confieso que
ninguna satisface mi intelecto.
Empero, antes que mis obsesiones me conduzcan a
la locura, voy a solicitar convenientemente el ya familiar... ¡Telón!
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