viernes, 17 de julio de 2015

Un actor y cuatro actrices nuevos…


…en mi repertorio direccional.
                                                 Por Giovanny Cruz Durán.



Para cualquier director actoral constituye una apasionante provocación dirigir nuevos actores y actrices. A los que uno conoce sabe cómo “pincharle” para lograr que sus invocaciones emocionales sean efectivas. Pero a los nuevos hay que comenzar a explorarlos para que las emociones comiencen a fluir. Es, casi, como a una nueva amante con la cual debemos experimentar caricias y determinar cuáles de ellas serán las motivantes.

En “Siete flores en el bar” me he reencontrado con Zoila Luna, a quien dirigí en “Amanda” (hizo una brillante interpretación del personaje Niña, la servidora de misterios) y en “Calígula”, en donde caracterizaba con absoluta calidad a Cesonia, la amante de Calígula. También está Mario Lebrón, a quien he dirigido en “El Gato Negro”, “Obsesión en el 507” y “En el despacho presidencial”. Lebrón es un actor dedicado y de indiscutible calidad. Lo mismo puedo decir de Carolina Feliz. En realidad a ella no la he dirigido, pero he sido un testigo entusiasmado de lo que le he visto hacer como actriz.

Sin embargo, quiero resaltar en esta entrega a un actor y cuatro actrices que prácticamente no conocía profesionalmente: Aniova Prandy, Karina Valdez, Xavier Ortiz, Karolina Becker y Judith Rodríguez. 

No insistiré en convencerlos de que soy un director teatral muy exigente. Creo que eso es algo harto conocido. No deseo repetir que asumo con rigor el asunto direccional, apegado a cánones éticos, estéticos y técnicos demandantes. Reconozco que someto a mis actores y actrices a un intenso y agotador proceso de ensayos, investigación y construcción de sus distintos personajes. Tan difícil es ese proceso que no todos logran superarlos. Muchos de ellos se quedan en el trayecto.

Pues les cuento que hacía muchas jornadas teatrales que no me encontraba en un salón de ensayo con actores como los citados. Tenía un poco de aprehensión con ellos por las razones que he mencionado: nuevos en mi vida teatral, ajustes e intensidad en el proceso, desconocimiento de su disciplina actoral y desconocimiento de sus capacidades culturales.

Pues en estas tres semanas que llevamos de trabajo Aniova, Karina, Karoline, Xavier y Judith no sólo me han convencido, sino que me han maravillado. Admito que hacía tiempo que no me encontraba con un quinteto de tanta dimensión y talento.

Siete flores en el bar” es una obra demandante. Ella, la pieza, evoluciona desde la risa hacia la soledades particulares de los distintos personajes. He llevado a escenario casi un centenar de obras y admito que esta es la realización escénica que más me exige cuidar de sus detalles. Ya pueden imaginar todo lo que estoy obligado a pedir de mis actores. En este caso, ellos han demostrado que están dispuestos a tomar el reto y doblegar, peligrosamente, al toro asidos de sus cuernos.

Los personajes de Aniova, Karina y Xavier tenían en esta semana dos días de descanso. Los tres se han negado a tomarlos porque no quieren perderse un segundo del proceso.

La muy hermosa Karoline Becker interpreta a una actriz porno (hemos puesto a la porno puertorriqueña Carmen Luvana en nuestro objetivo investigativo). En mis trabajos, la investigación externa es imperativa. Karoline ha asumido su rol con absoluta responsabilidad, sin importar el riesgo que esto conlleva y las aprehensiones que su formación personal determinan. Llega muy temprano al ensayo. No saluda porque entra ya con su personaje invocado. Cuando comienza a actuar nadie puede evitar maravillarse ante ella... y destirnallarse de la risa.

Karina Valdez y Aniova son hermanas en la pieza de marras. Pero son unas hermanas complicadas y hasta despiadadas. La trama de la obra gira en torno a una acción fundamental de ellas. Ninguna de estas dos actrices ha temido, o retrocedido, ante el reto que constituye ser el “tempo” de la pieza. Había recibido recomendaciones fabulosas de ellas dos. Pero no pocas veces me han asegurado que tal actriz es maravillosa y cuando llega a mis manos direccionales ha fallado. No es el caso.

A Xavier Ortiz (cantante clásico, compositor y actor) lo he tratado bastante. Pero tampoco me había encontrado con él en un salón de trabajo escénico. En esta pieza interpreta un personaje del cual es difícil, hasta para este autor, hablarles a ustedes sin descubrir la trama. En teatro procuro un equilibrio entre las acciones internas y externas de los personajes. No obstante, en el caso del personaje que interpreta Xavier, tal equilibrio no es factible. Desde luego que él tiene una caracterización física, pero la intensidad interpretativa es interior. Xavier también ha asumido con dedicación y pasión el compromiso y se encamina  hacia una actuación memorable en la escena criolla.

He dejado para último a Judith Rodríguez. La había visto actuar, por supuesto, en varias realizaciones teatrales. La he aplaudido en muchas de ellas. La he alabado en mis críticas. Pocas veces uno puede ser testigo de la combinación actoral perfecta: disciplina, talento, inteligencia, pasión y entrega.
Judith tiene todo eso. Para ilustrar con el ejemplo, les cuento que ella interpreta a Azucena, una actriz argentina. La Rodríguez se fue una temporada a Argentina a procurar las verdades de su personaje.
Ella es como una pantera feroz en cada ensayo. Tanto, que algunas veces tengo que procurar que administre su energía para que ella pueda llegar incólume al estreno.

Los actores que prefiero son aquellos que trabajan sus personajes en sus casas y llegan al teatro a comprobar sus asuntos frente al director teatral. Si este no está de acuerdo con la propuesta del día, el actor debe llevar al día siguiente nuevas propuestas. Cientos si fuese preciso en los meses de ensayos. Mis actores lo están haciendo.

Nos quedan todavía  unos cincuenta días de trabajo. Pero desde ya me veo obligado a aplaudir a mis actores y congratularme por tener la humilde oportunidad de dirigirlos en esta obra que presentaremos en la sala principal del Teatro Nacional. Es una sala difícil, es una obra demandante, es un evento del difícil teatro total, es una pieza que plantea novedosos recursos técnicos; pero, sobre todo, es una obra de actores. Estos deben ser, siempre, el elemento fundamental en cualquier realización escénica. Directores, autores, escenógrafos, vestuaristas e iluminadores son vitales en el teatro moderno. Pero ellos están ahí para servir a los intérpretes teatrales. En ese sentido creo estar muy bien protegido. Hacía mucho tiempo que no lograba reunir en una sala de ensayo tanto talento. Esto podrá ser comprobado cuando en septiembre mi regidor de escena, Amauris Esquea, grite que ya deben subir el…


¡Telón!

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