Para cualquier director actoral constituye
una apasionante provocación dirigir nuevos actores y actrices. A los que uno conoce sabe
cómo “pincharle” para lograr que sus invocaciones emocionales sean efectivas. Pero
a los nuevos hay que comenzar a explorarlos para que las emociones comiencen a
fluir. Es, casi, como a una nueva amante con la cual debemos experimentar
caricias y determinar cuáles de ellas serán las motivantes.
En “Siete flores en el bar” me he reencontrado con Zoila Luna, a quien dirigí en “Amanda” (hizo una
brillante interpretación del personaje Niña, la servidora de misterios) y en “Calígula”, en donde caracterizaba con absoluta calidad a Cesonia,
la amante de Calígula. También está Mario Lebrón, a quien he dirigido en “El
Gato Negro”, “Obsesión en el 507” y “En el
despacho presidencial”. Lebrón es un actor dedicado y de indiscutible
calidad. Lo mismo puedo decir de Carolina Feliz. En realidad a ella no la he
dirigido, pero he sido un testigo entusiasmado de lo que le he visto hacer como
actriz.
Sin embargo, quiero resaltar en esta
entrega a un actor y cuatro actrices que prácticamente no conocía
profesionalmente: Aniova Prandy, Karina
Valdez, Xavier Ortiz, Karolina Becker y Judith Rodríguez.
No insistiré en convencerlos de que soy un director teatral muy exigente. Creo que eso es algo harto conocido. No deseo repetir que asumo con rigor el asunto direccional, apegado a cánones éticos, estéticos y técnicos demandantes. Reconozco que someto a mis actores y actrices a un intenso y agotador proceso de ensayos, investigación y construcción de sus distintos personajes. Tan difícil es ese proceso que no todos logran superarlos. Muchos de ellos se quedan en el trayecto.
Pues les cuento que hacía muchas jornadas teatrales que no me encontraba en un salón de ensayo con actores como los citados. Tenía un poco de aprehensión con ellos por las razones que he mencionado: nuevos en mi vida teatral, ajustes e intensidad en el proceso, desconocimiento de su disciplina actoral y desconocimiento de sus capacidades culturales.
Pues en estas tres semanas que llevamos de trabajo Aniova, Karina, Karoline, Xavier y Judith no sólo me han convencido, sino que me han maravillado. Admito que hacía tiempo que no me encontraba con un quinteto de tanta dimensión y talento.
“Siete flores en el bar” es una obra
demandante. Ella, la pieza, evoluciona desde la risa hacia la soledades
particulares de los distintos personajes. He llevado a escenario casi un centenar
de obras y admito que esta es la realización escénica que más me exige cuidar de
sus detalles. Ya pueden imaginar todo lo que estoy obligado a pedir de mis
actores. En este caso, ellos han demostrado que están dispuestos a tomar el
reto y doblegar, peligrosamente, al toro asidos de sus cuernos.
Los personajes de Aniova, Karina y Xavier tenían en esta semana dos días de descanso. Los tres se han negado a tomarlos porque no quieren perderse un segundo del proceso.
La muy hermosa Karoline Becker interpreta a una actriz porno (hemos puesto a la porno puertorriqueña Carmen Luvana en nuestro objetivo investigativo). En mis trabajos, la investigación externa es imperativa. Karoline ha asumido su rol con absoluta responsabilidad, sin importar el riesgo que esto conlleva y las aprehensiones que su formación personal determinan. Llega muy temprano al ensayo. No saluda porque entra ya con su personaje invocado. Cuando comienza a actuar nadie puede evitar maravillarse ante ella... y destirnallarse de la risa.
Karina Valdez y Aniova son hermanas en la
pieza de marras. Pero son unas hermanas complicadas y hasta despiadadas. La trama
de la obra gira en torno a una acción fundamental de ellas. Ninguna de estas dos
actrices ha temido, o retrocedido, ante el reto que constituye ser el “tempo”
de la pieza. Había recibido recomendaciones fabulosas de ellas dos. Pero no
pocas veces me han asegurado que tal actriz es maravillosa y cuando llega a
mis manos direccionales ha fallado. No es el caso.
A Xavier Ortiz (cantante clásico,
compositor y actor) lo he tratado bastante. Pero tampoco me había encontrado
con él en un salón de trabajo escénico. En esta pieza interpreta un personaje
del cual es difícil, hasta para este autor, hablarles a ustedes sin descubrir la trama.
En teatro procuro un equilibrio entre las acciones internas y externas de los personajes. No
obstante, en el caso del personaje que interpreta Xavier, tal equilibrio no es
factible. Desde luego que él tiene una caracterización física, pero la intensidad
interpretativa es interior. Xavier también ha asumido con dedicación y pasión el
compromiso y se encamina hacia una actuación memorable en la escena criolla.
He dejado para último a Judith Rodríguez.
La había visto actuar, por supuesto, en varias realizaciones teatrales. La he
aplaudido en muchas de ellas. La he alabado en mis críticas. Pocas veces uno puede ser testigo de la combinación actoral perfecta: disciplina, talento,
inteligencia, pasión y entrega.
Judith tiene todo eso. Para ilustrar con el ejemplo, les cuento que ella interpreta a Azucena, una actriz argentina. La Rodríguez se fue una temporada a Argentina a procurar las verdades de su personaje.
Judith tiene todo eso. Para ilustrar con el ejemplo, les cuento que ella interpreta a Azucena, una actriz argentina. La Rodríguez se fue una temporada a Argentina a procurar las verdades de su personaje.
Ella es como una pantera feroz en cada
ensayo. Tanto, que algunas veces tengo que procurar que administre su energía
para que ella pueda llegar incólume al estreno.
Los actores que prefiero son aquellos que
trabajan sus personajes en sus casas y llegan al teatro a comprobar sus asuntos
frente al director teatral. Si este no está de acuerdo con la propuesta del
día, el actor debe llevar al día siguiente nuevas propuestas. Cientos si fuese
preciso en los meses de ensayos. Mis actores lo están haciendo.
Nos quedan todavía unos cincuenta días de trabajo. Pero desde ya
me veo obligado a aplaudir a mis actores y congratularme por tener la humilde
oportunidad de dirigirlos en esta obra que presentaremos en la sala principal
del Teatro Nacional. Es una sala difícil, es una obra demandante, es un evento
del difícil teatro total, es una pieza que plantea novedosos recursos técnicos; pero,
sobre todo, es una obra de actores. Estos deben ser, siempre, el elemento
fundamental en cualquier realización escénica. Directores, autores,
escenógrafos, vestuaristas e iluminadores son vitales en el teatro moderno. Pero
ellos están ahí para servir a los intérpretes teatrales. En ese sentido creo
estar muy bien protegido. Hacía mucho tiempo que no lograba reunir en una sala
de ensayo tanto talento. Esto podrá ser comprobado cuando en septiembre mi
regidor de escena, Amauris Esquea, grite que ya deben subir el…
¡Telón!
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