¿El primer poema lésbico?
Safo de Lesbos
vivió y murió en una isla de la Grecia Antigua: Lesbos (650/610-580 a. C.). En la ciudad de Mitilene fundó y dirigió una
escuela para mujeres de la aristocracia.
De una de sus alumnas, se dice, estuvo
perdidamente enamorada. Algo que muchos creen haber descubierto en algunos de
los seiscientos cincuenta versos suyos que aún conservamos. Habría escrito más de catorce mil.
La
tradición asegura que desde un mítico saliente de un arrecife (utilizado por los enamorados para suicidarse), despechada por
su amor “prohibido”, se habría lanzado al mar y que allí murió. Pero, a la luz de la
verdad, esto no ha sido debidamente documentado.
Lo que si sabemos es que
Platón se refirió a ella como la “Décima Musa”. Es que Safo fue la más connotada
poeta lírica de la Grecia Antigua. Creadora de la llamada Estrofa Sáfica.
Alceo,
contemporáneo y coterráneo suyo, a quien comparaban en calidad e importancia con
ella, escribió: “Divina Safo, dulce
sonrisa coronada de violetas”.
Fue imitada, luego, por los latinos Cátulo,
Horacio y Ovidio. Admirada y traducida por los renacentistas. Fascinó a los
románticos, que adoraban su genio como sublime anormalidad. Y en los últimos dos siglos, se ha vuelto un estandarte feminista por haber sido la primera escritora de
relevancia en cantarle a lo que hoy, en su honor, se llama “Amor Lésbico”.
Este poema de
Safo podría haber sido el primer poema de amor homosexual de una mujer, escrito y conservado:
quien logra verse frente a ti sentado:
¡Feliz si goza tu palabra suave,
suave tu risa!
A mí en el pecho el corazón se oprime
sólo en mirarte: ni la voz acierta
se mi garganta a prorrumpir; y rota
calla la lengua.
Fuego sutil dentro mi cuerpo todo
presto discurre: los inciertos ojos
vagan sin rumbo, los oídos hacen
ronco zumbido.
Cúbrome toda de sudor helado:
pálida quedo cual marchita hierba
y ya sin fuerzas, sin aliento,
inerte parezco muerta.
Como Safo de
Lesbos merece miles de mis humildes reverencias, no concluiré esta jornada con mi acostumbrado… ¡Telón! No. No lo haré. Que su sean sus versos, en español y en griego, quienes sirvan de colofón a esta entrega:
Oh, tú en cien
tronos Afrodita reina,
hija de
Zeus, inmortal, dolosa:
no me acongojes con pesar y sexo ruégote, Cipria! Antes acude como en otros días, Mi voz oyendo y mi encendido ruego; Por mi dejaste la del padre Zeus Alta morada. El áureo carro que veloces llevan lindos gorriones, sacudiendo el ala, al negro suelo, desde el éter puro raudo bajaba. Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante te sonreías: ¿Para qué me llamas? ¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora? —me preguntabas— ¿Arde de nuevo el corazón inquieto? ¿A quién pretendes enredar en suave lazo de amores? ¿Quién tu red evita, mísera Safo? Que si te huye, tornará a tus brazos, y más propicio ofreceráte dones, y cuando esquives el ardiente beso, querrá besarte. Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple, liberta el alma de su dura pena; cual protectora, en la batalla lidia siempre a mi lado. |
Ποικιλόθρον᾽
ὰθάνατ᾽ ᾽Αφρόδιτα,
παῖ Δίος,
δολόπλοκε, λίσσομαί σε
μή μ᾽ ἄσαισι μήτ᾽ ὀνίαισι δάμνα, πότνια, θῦμον. ἀλλά τυίδ᾽ ἔλθ᾽, αἴποτα κἀτέρωτα τᾶς ἔμας αὔδως αἴοισα πήλγι ἔκλυες πάτρος δὲ δόμον λίποισα χρύσιον ἦλθες ἄρμ᾽ ὐποζεύξαια, κάλοι δέ σ᾽ ἆγον ὤκεες στροῦθοι περὶ γᾶς μελαίνας πύκνα δινεῦντες πτέῤ ἀπ᾽ ὠράνω αἴθε ρος διὰ μέσσω. αῖψα δ᾽ ἐξίκοντο, σὺ δ᾽, ὦ μάκαιρα μειδιάσαισ᾽ ἀθανάτῳ προσώπῳ, ἤρἐ ὄττι δηὖτε πέπονθα κὤττι δηὖτε κάλημι κὤττι μοι μάλιστα θέλω γένεσθαι μαινόλᾳ θύμῳ, τίνα δηὖτε πείθω μαῖς ἄγην ἐς σὰν φιλότατα τίς τ, ὦ Ψάπφ᾽, ἀδίκηει; καὶ γάρ αἰ φεύγει, ταχέως διώξει, αἰ δὲ δῶρα μὴ δέκετ ἀλλά δώσει, αἰ δὲ μὴ φίλει ταχέως φιλήσει, κωὐκ ἐθέλοισα. ἔλθε μοι καὶ νῦν, χαλεπᾶν δὲ λῦσον ἐκ μερίμναν ὄσσα δέ μοι τέλεσσαι θῦμος ἰμμέρρει τέλεσον, σὐ δ᾽ αὔτα σύμμαχος ἔσσο. |
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