La ociosidad, habré leído alguna vez, es la madre de muchas
malicias. También leí ha mucho el siguiente refrán: “Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo anda matando moscas.”
En una ocasión uno de mis cuatro ex suegros me dijo que los esposos
y esposas deben procurar siempre tener ocupaciones concretas, porque las mentes
ociosas, casi siempre, solo maquinan negatividades; con todo lo que eso trae de
fábrica: inquina, envidia, malquerencia, retama, resquemor, duda; etc.
Veo la ociosidad como una enfermedad cancerígena que condena
a quien la sufre y envenena hasta al laborioso que osa acercársele.
Varios escritores y pensadores se han referido a ella. Mi
permito compartir con ustedes sus ideas sobre este tema:
“Así corrompe el ocio
al cuerpo humano, como se corrompen las aguas si están quietas.” (Ovidio)
“El ocio representará
el problema más acuciante, pues es muy dudoso que el hombre se aguante a sí
mismo.” (Friedrich Dürrenmatt )
“La ociosidad camina
con lentitud, por eso todos los vicios la alcanzan.” (San Agustín)
“Las razas laboriosas
encuentran una gran molestia en soportar la ociosidad.”
(Friedrich Nietzsche)
“Una vida ociosa es
una muerte anticipada.” (Goethe)
Ya lo saben, el mejor antídoto contra el rencor que todo lo
consume, serán siempre inyecciones de Trabajo.
Se me antoja que la ociosidad tiene una prima hermana muy
querida: Celos.
A partir de estos Yago manipuló a Otelo para que este asesinara
a su esposa Desdémona; según plantea Shakespeare, cualquiera que este haya sido,
en su obra “Otelo”: “Lo celos son el
monstruo de ojos verdes que se alimenta con la vianda que lo nutre.”
¡Telón!
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