Yo soy la eutanasia
Por Carlos Castro.
Nota: Este es un artículo valiente del sociólogo, artista y escritor Carlos Castro. Podremos estar de acuerdo o no con sus planteamientos; pero si queremos contradecirlo debemos hacerlo elaborando conceptos con la seriedad e inteligencia que lo ha hecho Castro. Creo que esta reflexión es muy importante. Es un tema aún tabú en nuestra sociedad. Agradecemos a Carlos Castro por atreverse a plantear estos asuntos.
Hay un momento de la
vida donde la “conciencia” existencial nos coloca entre la espada
y la pared: la vejez. La vejez, la muerte
y el sexo, temas tabúes, se evaden usando como máscara el chiste.
La cultura ha impregnado mucho miedo respecto a estos temas. A
profundidad, estos temas están vedados en el debate público. Son
temas tabúes. La orientación educativa no trasciende los límites
judeo-cristianos.
La vejez no se
acepta como un ciclo del cuerpo y la mente que llegó a su ocaso. Al
contrario, hay un culto para prolongar la lozanía del cuerpo. Una
industria que fabrica y vende juventud.
Desde que la
humanidad entró en esa velocidad que llamamos modernización, el
viejo es un estorbo, no sirve ni como referente, se quedó detrás.
Son tiempos remotos aquellos donde el anciano era visto como el sabio
de la comunidad. Hay un look de ser joven aunque la piel no resista
más arrugas. Hay una industria que rara vez integra al viejo como
parte de una realidad. Hasta lo que se publicita para ancianos se
cobija y se vende en una atmósfera juvenil. El repudio es tan grande
que ni el mismo viejo quiere ver sus propios síntomas en lo que se
publicita para él.
Por una degradación
físico-psíquica, en la vejez se disminuyen los encantos de la
personalidad juvenil y se amplifican los defectos. Porque en el día
a día hay más queja que placer o bienestar…
La muerte, lo único
“real”. El único vestido que en algún momento de la vida
modelará la inexistencia. Sin embargo su escenario casi siempre es
trágico. No existe un contacto relajado, honesto, tranquilo y
profundo respecto al tema.
El escenario de la
sexualidad es más truculento, desde que encuentra fundamento en ese
pacto que se denomina matrimonio, su función se limita a la
procreación o el control, se establece de manera implícita una
patología de la posesión. La esencia de los feminicidios y el
maltrato femenino guarda relación con esos ritos donde el hombre y
la mujer desde que se vinculan como pareja algo se pierde de la
libertad individual.
Ahora tiremos una
mirada a los ciclos. En la plenitud de la infancia, la vida es vida
sin intensión alguna. El infante se siente tan unido a ese otro que
provee, “percibe” su existencia como un sistema natural,
inherente a la maternidad.
En la infancia, la
conciencia de existir es alienada porque es dependiente. No hay ni
debe haber eso que llamamos conflicto existencial, no existe la
conciencia social de individuo. No hay contacto con la soledad y con
el cansancio existencial como fundamento del ser.
La conciencia
existencial a la que me refiero, es el individuo único tocando la
puerta de su propia morada con muy poca posibilidad de que lo dejen
entrar. Es el eterno dilema del vecino peleando con ese otro
imaginario, que en esencia es uno mismo. Es esa dualidad que somos
todos tratando de ser una sola cosa integrada a la totalidad.
En la juventud, el
estado de conciencia que llamamos existencia, es aún más complejo,
es un paraíso diabólico abundante en hormonas. Es un lugar ambiguo
y dependiente, también autónomo. El tiempo no es medida de algo
que termina, no es cansancio que se siente en la existencia sino
energía que adquiere vitalidad en la consumación. El tiempo es la
única fortuna, es la lozanía del cuerpo. Joven es gastar tiempo
sin la más mínima conciencia de que el tiempo algún día te
gastará a ti.
En ese periodo de la
vida, la conciencia de existir es muy cercana al placer por el
placer. Se es, dejando de ser en las hormonas. Ser existencial en la
juventud es un estado químico real.
En la vejez, el
cuerpo falla en su producción química real, se pierde vitalidad y
el sentido de estar vivo. Es un asunto natural, orgánico. En la
naturaleza, los animales cuando llegan a ese estado se retiran para
morir solos.
En la base natural
del individuo, la carencia de producción química, en esencia es
dolor. En la vejez, esa carencia de sustancia se suple en la
farmacia o con creencias: religiosas, ideológicas, búsqueda
espiritual.
Esta vida es
imposible soportarla sin el mito “del creer” o “del hacer”
que en esencia es la mente buscando bienestar. Es como si todo esto
solamente se pudiese soportar drogando la existencia con químicos o
basura ideológica.
En la vejez, la vida
nos deja pocas opciones de refugios, el cuerpo y la mente van
perdiendo sus funciones vitales. Terminamos siendo una cosa donde la
vida nos pasa por delante a la velocidad de la luz. Todo se siente
rápido y grande. Esa alteración de percepción nos va alejando de
la realidad social. Nos quedamos sin acceso, como espectadores
pasivos de un espectáculo que no comprendemos porque desconocemos
sus códigos. El mundo que es joven en su velocidad, nos aleja y
nosotros nos alejamos de él. Seguimos en él sin ningún propósito,
a no ser el tabú de prolongar la existencia como si la vida de un
ser humano tuviese sentido tirado en una cama todo el día. Es como
si el haber vivido una vida plena tiene como precio el sacrificio de
estar crucificado eternamente en una cama o postrado en una silla.
En la vejez no hay
refugio. No hay proveedor eterno ni tiempo químico que gastar ni
disfrutar. Tú eres frente a un espejo imposible de evadir con trucos
o con juguetes.
En la vejez se busca
placer con la única intensión de aliviar el dolor del cuerpo,
precario en sus funciones, quejoso en su existencia.
Como un boxeador que
no deja de pegarte en la cara, la vejez te confronta de manera brutal
a la existencia. La única salida decorosa es la muerte.
Así como la
humanidad ha dado un salto tecnológico, es hora de un salto de su
ser. Un hacer que produzca cambio en la cultura humana. A estas
alturas estar vivo no puede ni debe ser un estado de dolor
deshonroso para ti y la familia. Una inversión de tiempo y de dinero
apostando a una vida sin regreso, que ya cumplió su ciclo.
Aceptar la eutanasia
o muerte asistida sería un gran logro para la humanidad, cambiaría
la actitud respecto al tabú de la muerte y el negocio de la
medicina que prolonga la vida de una momia a través de tubos.
La medicina sería
más útil si ayudara al anciano a morir sin dolor, viajando en una
nota de opio para salir de este mundo como entró en él, sin darse
cuenta…
cC
El
autor es un decepcionado consciente.
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